Por lo visto y como era de temer, los males de la economía griega carecen de remedio. La serie de expiaciones de quita y pon dimanadas desde Bruselas como chorros del Manneken Pis han hecho poco más que amortajar a un, a todas luces, moribundo.
Y no será porque no se hayan movilizado el presidente y los ministros helenos para implorar a la casi siempre sorda Bruselas, con argucias varias, esperando que de esas odiseas (para ellos como si fueran viajes al mismísimo averno) se pudiera lograr, cosa que no ha sucedido, un desenlace efectivo para los alifafes de la economía mediterránea. Por el contrario, con tanta mora y demora lo que se está consiguiendo es que los desarreglos financieros de la eurozona, vista desde cualquier perspectiva, incluso a través de los prismas más opacos, se acerquen a un estado catatónico.
Una vez más, aunque sea afilar el lápiz y cargar tintas, la situación grave, gravísima, de Grecia facilita también que proliferen las jeremiadas de los valedores del euro frente a los que venimos proclamando el rápido relevo de esta moneda que nos vendieron como mítica, tan ponderada en tiempos (recuerdo cenáculos y reuniones de alto copete intelectual que miraban con desprecio la humilde moneda nacional creada en tiempos de Juan Prim frente a la temeraria y virtuosa moneda única, la misma que ahora nos da tanto quebranto).
En cualquier caso, si se ha perdido la fe en economías como la de Grecia y otros países de la UE que adoptamos con calzador como patrón moneda al euro, es por la obstinación en la creencia, tal cual, de sus virtudes. Queda cada vez más a la vista que con la uniformidad monetaria no se ha logrado nada y, en todo caso, se ha perdido la posibilidad de remediar el desequilibrio profundo de cualquier situación financiera. La solución no es que desde el Banco Central Europeo se compren cantidades ingentes de deuda italiana y española, por ejemplo, como se ha visto obligado a hacer el economista jefe del BCE a instancias, supuestamente, de Jean-ClaudeTrichet, sino que se comience a pensar en la sustitución del famoso euro.
Realmente, no entendemos la cabezonería de permanecer en la eurozona que esgrimen como una bandera los PIG, y mucho menos que lo haga Grecia. Nos llaman poderosamente la atención los mensajes que se lanzan desde el Gobierno heleno, y, entre ellos, las perlas del ministro de Finanzas: "Si queremos evitar el impago, estabilizar la situación, mantenernos en la zona euro (...) debemos tomar grandes decisiones estratégicas", asegura Evangelos Venizelos, quien parece guardarse para sí una solución más que mágica (a nuestro juicio), inspirada por los propios dioses del Olimpo, porque de otra forma no se explica cómo se puede llegar a cumplir su objetivo.
De momento, no hace falta consultar al Oráculo de Delfos para, contradiciendo a Venizelos, augurar que mientras persista la ofuscación se perpetuarán los problemas y no sólo eso, sino que se acrecentarán y contagiarán a otras economías vecinas -todo se pega menos la hermosura, dice el refranero español-.
Una sabia solución sería que Grecia comenzase a emitir nuevamente su moneda, y aunque esto afectase seriamente a su capacidad para emitir deuda, creciese su inflación, su PIB siguiera a la baja, los inversores pusiesen pies en polvorosa y el poder adquisitivo de la población se redujera aún más, por citar alguno de los males mayores; sin embargo, sería capaz de incentivar exportaciones vía devaluación de su divisa expandiendo, así, un poco su economía. Por otro lado, esta medida supondría, inicialmente, una depreciación del euro, aunque volvería de nuevo a equilibrarse, dejando claro quién sería el siguiente país en abandonar la partida en la eurozona.
Los nuevos amos
De todos modos, los nuevos amos del cotarro son países sorprendentemente considerados "de menos" a ojos de la vieja Europa y los intrépidos EEUU: China y los BRIC (cuyas cifras de crecimiento del PIB y de participación en el comercio mundial han sido enormes en los últimos años, lo que los hace atractivos como destino de inversiones); dato del que se pueden extraer lecciones de alto bordo, si se quiere, claro.
Sin embargo, aquí no hay que esperar milagros, no se puede creer en que implorando a todo el Panteón griego se va a producir el portento. No podemos dar tiempo al tiempo para llegue a darse (vía generación espontánea) una transformación económica tan espectacular como eso que se ha dado en llamar modelo China porque ¡no estamos en China!
La verdad es que por más que se analice la situación, a la única conclusión indiscutible que se llega es a la de que los economistas del país asiático son merecedores del premio Nobel de Economía frente a los europeos que, a pesar de toda nuestra prosapia, a nuestro juicio, quedamos suspensos.
Fabián Estapé Rodríguez. Economista.