Opinión

Fabián Estapé Rodríguez: Parches o remedios, la cuestión

A pesar de que el secretario de Estado de Finanzas, Filipos Sajinidis, nos ha regalado la perla de que Grecia sólo podrá hacer frente al pago de los sueldos públicos y de las pensiones hasta octubre, los europotentes siguen sin terminar de resolver que se entregue el sexto tramo del préstamo de 110.000 millones que ya fue aprobado en mayo de 2010.

Y es que a pesar de que Obama aconseja que los Estados europeos con superávit deben ayudar a los países en crisis (¡qué bien se arregla la casa ajena!), aún les parecen insuficientes los apretones de cinturón (eufemísticamente, Merkel lo llama "hacer sus deberes") que los helenos se han dado (y lo que les queda por estrujar).

Además, nuestro espartano vecino, cual guerrero de las Termópilas, tiene todavía el valor de prometer que "se están esforzando para que el país siga funcionando sin que afronte problemas". La pregunta que nos hemos hecho es: ¿un clima social tenso y jalonado de constantes protestas laborales y conflictos varios que no tienen visos de conclusión a corto plazo no son problemas? ¡Mucho ha cambiado el concepto de problema con este asunto de la crisis!

Créanme, a pesar de la buena voluntad que ponemos, ya empezamos a sospechar que "la economía mundial se dirige al desastre", y no tanto por los dimes y diretes que existen entre países ricos y pobres, sino porque, al igual que algunos expertos del UNCTAD, estimamos que si los Gobiernos insisten en aplicar políticas de ajuste fiscal, se está ahogando el consumo y constriñendo al sector público y los hogares con la consiguiente paralización de las inversiones. No obstante, no vamos a ser pájaro de mal agüero y vaticinar -como ya algunas cabezas pensantes, dotadas, además de sapiencia, de poderes sobrenaturales, han hecho- pues aunque la situación es crítica, no se puede hablar de décadas perdidas ni asegurar a pie juntillas que se va a repetir la situación de Japón en la década de 1990. Y no lo haremos porque tratamos de asuntos tan cambiantes como la economía.

Contrariamente a lo que el común de la gente piensa, el rescate con fondos públicos de bancos y otras entidades financieras ha contribuido en gran medida a incrementar parte del déficit, al convertir deuda privada en deuda pública. Pero como en este río revuelto han entrado también de lleno los inversionistas asiáticos -cuyos mercados bursátiles parecen tener capacidad de cimbrearse y no romperse como el bambú bajo este monzón que azota la economía mundial- y de los emergentes BRICS, los bancos -desarmados por las tensiones y divisiones en el seno del BCE- han quedado peligrosamente expuestos a la deuda soberana periférica de la eurozona. Como mecanismo de defensa, el sector financiero ha optado por su recapitalización frente a la opción de aumentar el volumen de créditos al sector privado y los hogares, lo que ha estrangulado aún más las economías.

Un enfermo con presencia histórica

En estos momentos, más que nunca, me gustaría tener la posibilidad de charlar con mi buen amigo y colega John K. Galbraith para analizar bajo su docta batuta el trance; pero, como no es posible, tendremos que conformarnos con revisar sus libros y al canto con las hemerotecas para intentar buscar luz entre tanta tiniebla financiera.

Siguiendo al maestro Galbraith, la enfermedad del paciente no es nueva; es tan vieja y está tan bien documentada que tiene fácil diagnóstico y hasta cura: la crisis no ha sido provocada por los altos niveles de endeudamiento público, sino por una burbuja que se dio a conocer con el desplome del tabernáculo de las finanzas, Wall Street, el 15 de septiembre de 2008 (cuando escribo este artículo hace ya, exactamente, tres años).

Pues bien, si las finanzas públicas no son causa, sino consecuencia, de la recesión, entonces los ajustes fiscales y los brutales recortes del gasto público (en sectores tan importantes como Sanidad o Educación) no son la solución, no pueden ser el bálsamo de Fierabrás para este doliente concreto que ha llegado a un estado en el que la reducción del PIB y los ingresos fiscales, como una pescadilla que se muerde la cola, perjudica el saneamiento de las finanzas públicas y viceversa. Y, se preguntarán ustedes, entonces, ¿qué tienen que hacer los que manejan el timón de la economía? Muy sencillo y, a la vez, muy difícil: ¡estimular el crecimiento!

Gran Bretaña, que ha sabido escapar de la Unión Monetaria y cuyo actual dirigente ha declinado con británica flema las peticiones de ayuda de la potencia indiscutible que lleva al cargo Angela Merkel, que empuña el timón de una Europa, por lo visto, más que necesitada de remolque, sí se ha dado cuenta de por dónde van los tiros. David Cameron así lo ha manifestado durante una visita a Moscú para apoyar la vieja aspiración de Rusia para su ingreso en la OMC: "Nuestros Gobiernos deben darse cuenta de que los empresarios no están obligados a invertir, sino que es una cuestión de voluntad y (los dirigentes políticos) tenemos que ayudarles a decidirse".

Pues eso, dejémonos ya de pensar en parches y trabajemos para poner remedios; pues, como curtido economista (el 14 de septiembre ya cumplí ochenta y pico años), les aseguro que hay luz al final del túnel... si bien en España aún no sepamos quién será el que ponga el cascabel al gato.

Fabián Estapé. Economista.

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