Se avecina una contracción económica más grave que la registrada entre 2007 y 2009. Los problemas ya no se circunscriben a los efectos del exceso de endeudamiento privado, sino que atañen al público. No hay más que remitirse a la crisis de deuda soberana europea.
El arsenal de munición fiscal y monetaria se ha derrochado. En aquel bienio, los Gobiernos actuaron rápidamente con las herramientas habituales para combatir una crisis, mientras que ahora titubean y dan palos de ciego. En parte porque se esconde la cabeza cual avestruz ante la posibilidad de una recaída, como si bastara con no mirar para que no suceda.
La economía camina hacia un frenazo y se han roto muchas lógicas en sus mecanismos de reacción. Han sido demasiadas idas y venidas. Los Estados han liberado y retirado estímulos, descomponiendo los esquemas. Es preciso actuar ya y con decisión. Los gestores económicos tienen que ser más precisos en su tarea de discernir los momentos precisos para la austeridad y el estímulo.
Hay que facilitar el crédito, una tarea en la que se deben implicar tanto el BCE como la Fed, pues la inflación se convierte ahora en un problema de segundo orden. Y hace falta liquidez, algo que señala al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, cuya dotación es insuficiente ante casos como Italia o España.
Para mitigar la recaída urgen incentivos a la competitividad y el empleo, reestructurar la deuda griega y una recapitalización de la banca, como este fin de semana admitía con acierto el Ecofin, sólo que de nuevo deja en el aire muchas más palabras que hechos.