Opinión

Riesgo soberano y riesgo bancario

El recrudecimiento de la crisis de la eurozona se ha trasladado rápidamente a los bancos. En pocos casos ha quedado más patente la interrelación entre perspectivas macroeconómicas y solvencia del sistema bancario como con la intervención concertada de los principales bancos centrales el jueves para garantizar la liquidez en dólares a la banca europea. Los mercados de valores ya lo habían anticipado cuando al conocerse las dificultades griegas para cumplir con sus compromisos fiscales, los inversores se volvieron indiscriminadamente contra los bancos europeos -franceses y alemanes principalmente- haciendo caer su cotización bursátil más del 20% en unos pocos días.

Los ministros europeos reunidos en Polonia discuten cómo evitar que la inevitable suspensión de pagos griega se lleve por delante la Unión Monetaria. El país ha reconocido que sin el desembolso del segundo tramo (8.000 millones) del primer paquete de rescate no podrá pagar la nómina del próximo mes. Ese pago parece imposible; el FMI, por boca de su directora ejecutiva, ha afirmado que está a la espera de nuevas medidas, y es difícil imaginar qué más puede hacer un país cuyo PIB se contrajo casi el 8 por ciento el último trimestre y su déficit estimado (10 por ciento) supera ya 2,5 puntos el comprometido. Máxime cuando los ingresos previstos por las privatizaciones (50.000 millones, de los que 5.000 se obtendrían en 2011) son irrealizables por dificultades políticas internas y porque no sería ése, en ningún caso, el precio de mercado al que hoy podría aspirar por su activos. Europa puede continuar con la ficción, pero más vale que tenga preparado un plan B.

La preocupación inmediata y real de los ministros europeos espero que sea otra: cómo contener el daño al sistema financiero, cómo restablecer el normal funcionamiento del interbancario y cómo garantizar el crédito al sector privado en Alemania y en España, no sólo en el país heleno. Para ello, cuentan con la asesoría de Geithner, el secretario del Tesoro americano, que puede ilustrarles sobre la reacción en ese país tras la quiebra de Lehman Brothers, que fue un acontecimiento sistémico de proporciones parecidas. Sería bueno que los ministros europeos le pregunten por las razones que le llevaron a abandonar el TARP I (que ofrecía créditos caros a los bancos con problemas por la pérdida de valor de sus activos) por el TARP II, que se concentró en ampliar forzosamente el capital de los bancos americanos mediante su nacionalización parcial y temporal. Programa, por cierto, con el que el Tesoro estadounidense hizo incluso dinero y desde luego evitó costes importantes al contribuyente. El espíritu del fracasado TARP I es el que todavía pervive en el paquete de rescate europeo, pese a la mejora evidente de las condiciones de acceso a los préstamos aprobados en julio. Sólo eso explicaría el rechazo a considerar una reestructuración inevitable de la deuda pública griega.

Algo parecido -sin duda de dimensión diferente, pero también sin reconocer nunca públicamente el fracaso de la estrategia primera- tuvo que hacer el Banco de España para la recapitalización de las cajas de ahorros. El FROB I -que, como el TARP I, se basaba en dar créditos caros a entidades ya de por sí excesivamente endeudadas, en la confianza ingenua en que la economía iba a repuntar agresivamente y en que, con la subida de la marea, hasta las instituciones más débiles podrían flotar- tuvo que ser reemplazado por el FROB II. Éste promueve la entrada del Estado como accionista en las entidades con problemas porque en momentos de grave incertidumbre, bien por la calidad de las carteras bancarias repletas de crédito vivienda y promotor, bien por el deterioro de sus tenencias de bonos soberanos en plena crisis del euro, sólo la garantía del Estado puede tranquilizar a los inversores. Y ni siquiera eso es seguro cuando se llega demasiado tarde. Poco tiempo le queda a la autoridad monetaria española para cerrar ese capítulo. El 30 de septiembre tiene que autorizar los planes de recapitalización presentados por las distintas entidades o intervenirlas y convertirse en su gestor. Pero éste es el menor de sus problemas porque el recrudecimiento de la crisis de la deuda soberana europea ha convertido en obsoletos los cálculos previos. Hoy, el capital necesario para cumplir los objetivos establecidos es mucho mayor. Cuánto mayor es la gran incógnita para la que no tenemos respuesta.

No es un problema exclusiva ni mayoritariamente español. Se habla en toda Europa de una cierta benevolencia regulatoria que permita a los bancos no cumplir temporalmente los requisitos de capital ni de liquidez. Es una situación de emergencia que, como la acción concertada de los bancos centrales, puede estar justificada pero no soluciona el problema de fondo. Éste es sencillamente que una crisis de deuda externa, como una crisis inmobiliaria, acaba necesariamente impactando en el sistema financiero. Sería bueno dejar de considerar a Europa como una isla donde esas cosas no pasan y el caso griego como un problema sustancialmente diferente de otros episodios de default soberano como México o Argentina en países emergentes. Toda la evidencia empírica de la que disponemos indica que necesariamente una crisis soberana acaba en una crisis bancaria. No hay balance bancario que resista una recesión semejante y una quita de la deuda externa. Ya hemos llegado a ese punto en Grecia y se trata de evitar que lleguemos en el resto de la eurozona. La solución pasa por crear un mecanismo de resolución bancaria y un fondo de garantía de depósitos auténticamente europeo que evite el contagio. Porque Grecia no tiene que ser sistémica si se sabe aislar a tiempo.

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