Opinión

Ni en el BCE se ponen de acuerdo mientras Grecia se hunde

Merkel

Hay peligro de crear alarma entre los germanos y exarcerbar la oposición a la que se enfrenta Merkel.

¿Qué pasa cuando el parque de bomberos estalla en llamas? Ayer, el principal apagafuegos de la crisis de deuda en la UE, el Banco Central Europeo, salió ardiendo.

Un periodista preguntó a Trichet qué pensaba sobre las declaraciones de un político alemán en las que advertía que el BCE se había convertido en un banco malo al comprar los bonos periféricos... y las chispas saltaron.

Un siempre moderado Trichet esta vez brindó su más apasionada intervención respondiendo que el Bundesbank nunca había logrado controlar la inflación del modo que lo había hecho el BCE, y que fueron los principales Estados -a saber, Alemania, Francia e Italia- los que pidieron romper el Pacto de Estabilidad en 2004 y 2005. Sólo omitió decir que además tuvo que mantener los tipos más bajos de lo conveniente, en parte comprensiblemente, porque Alemania lo necesitaba... Pero esto provocó burbujas en el resto de economías.

A las pocas horas, el economista jefe del BCE, el germano Jürgen Stark, dimitía entre especulaciones sobre su rechazo a la adquisición de deuda periférica. Su salida se une a la anterior del también teutón Axel Weber, y sólo deja a un tudesco, el fanático de la disciplina monetaria Jens Weidmann.

La división se hacía patente en el BCE y suscitaba todo género de incertidumbres sobre la credibilidad de la institución y la continuidad de las compras de títulos de países en dificultades.

Stark es considerado un halcón, incluso entre los ortodoxos de un BCE que sólo ha reaccionado cuando ha visto la integridad del sistema en peligro. Recordemos que el exceso de celo del banco central incluso le ha llevado ya a dos precipitadas subidas de tipos. Y ahora se corre el riesgo de crear alarma entre los alemanes y exacerbar la oposición a la que se enfrenta Merkel en su propia casa.

Las esperanzas se depositaban en que el nuevo nombramiento de Berlín, el viceministro de Finanzas y por tanto más próximo a la canciller, Joerg Asmussen, se mostrase más receptivo a las necesidades políticas de la UE.

Y a continuación se rumoreaba que Merkel estaba preparando un plan de recapitalización de su banca por si Grecia quebraba. ¿Se disponía a contener otro Lehman?

Berlín ya se había quejado de que Atenas no estaba cumpliendo con las condiciones del rescate, a lo que el primer ministro heleno contestó que no se podía hacer mucho más. Y el canje de títulos griegos, otra parte esencial del salvamento, tenía que anunciarse ayer. Se suponía que tenía que lograr una participación de un 90 por ciento de los acreedores, y que éstos sufrirían una quita del 21 por ciento de aquí a 2020. Sin embargo, las informaciones revelaban que Atenas sólo había extraído compromisos firmes de someterse a la reestructuración voluntaria por parte de un 75 por ciento de los tenedores de deuda, una cifra poco satisfactoria para Atenas porque no sería suficiente para cuadrar sus cuentas.

El rescate se ponía en duda y los seguros de impago helenos se disparaban. Las bolsas caían en picado, y el euro se desplomaba. El pánico había estallado. Los bancos griegos se exponían a una fuga de depósitos y, con su banca quebrada, no habría más dinero para financiar al país. Al mismo tiempo, reunidos en el G-7, el secretario del Tesoro estadounidense y el canadiense reclamaban una acción conjunta. Apremiaban a los europeos a que cooperasen, porque nadie se puede permitir en un contexto de extrema debilidad más vaivenes. Tiene que volver el sentido común. Ni Grecia quiere quedarse sin fondos, ni Alemania debería exponerse a explosiones con consecuencias incalculables. El incendio puede ser sofocado si todos se dan cuenta de lo mucho que está en juego.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky