Opinión

Editorial: ¿Este dragón ya no tiene fuego?

Mientras la economía occidental convalece enferma de deuda y con problemas de competitividad, China reclama su primacía. En Pekín, sus dirigentes exudan confianza.

Sin embargo, su crecimiento tampoco está exento de dificultades, y no sólo porque sus exportaciones destinadas a los países ricos hayan experimentado un frenazo. El modelo chino se sustenta en una moneda débil que abarata sus exportaciones pero que resta capacidad adquisitiva a sus ciudadanos y, por tanto, no fomenta el consumo interno.

Para lograr que su divisa se abarate, compra los dólares de sus exportadores con yuanes, lo que produciría inflación de no ser porque al mismo tiempo emite deuda con la que saca yuanes del mercado. Y paga los intereses de esos bonos chinos invirtiendo los dólares que ha adquirido en deuda americana.

Sólo que para poder sufragar esta política debe mantener sus tipos más bajos que EEUU. Y esa relajación monetaria está creando el riesgo de una burbuja en activos como el inmobiliario o la bolsa, y un exceso de inversión empresarial que puede terminar no siendo rentable, en especial cuando la banca puede haber primado ciertos sectores según decisiones políticas.

Si a eso se añade que Pekín ha forzado la contención salarial y no hay un sistema del bienestar, razón por la que los chinos deben ahorrar en previsión de contingencias, entonces parece difícil que activen el consumo local. La demografía sostiene su crecimiento, pero la política de un solo hijo puede invertir la pirámide poblacional... por lo que China podría ser vieja antes que rica. Esto recuerda al modelo japonés que terminó en el estancamiento.

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