
La crisis parece haber encontrado su acomodo en el sofá más grande de la casa... y no hay manera de quitarle el mando del televisor. Después de tres años de crisis, los datos de empleo no se recuperan. Ayer, tanto España como Estados Unidos ofrecieron un panorama laboral desolador.
¿Qué está pasando para que no se produzca el típico ajuste que restablezca la salud del mercado de trabajo? Varios factores pueden explicarlo: la competencia emergente que se lleva parte de nuestro tejido industrial; que la economía ya no tenga deuda de la que tirar; que algunas de sus ganancias en productividad se plasman en reducciones de personal; que la banca carezca de la liquidez para prestar; por no hablar de la ausencia de expectativas entre los empresarios, en especial cuando se cierne la amenaza de subidas de impuestos. La aversión al riesgo lo domina todo. Y puede empeorar conforme los Gobiernos tienen que recortar aquello que no ingresan, lo que también se terminará traduciendo en pérdidas de empleo.
En España, contábamos con un mercado de trabajo artificial, sustentado por unos ingresos insostenibles, sobre todo en el sector público y la construcción. Muchos pudieron encontrar un desempeño sin la formación adecuada, y ahora no hay forma de recolocarlos. Otros se han cualificado para ocupaciones que no tendrán futuro y deberán reciclarse. Sin embargo, todas las soluciones que se quisieron brindar, como los planes-E, estaban orientadas al gasto. Poco se ha hecho para mejorar nuestra competitividad internacional. Sólo la primavera árabe ha supuesto un verano ligeramente mejor en términos laborales.
Y en EEUU, Obama no sabe qué hacer con su sector inmobiliario. Allí hay muchos atrapados en una hipoteca que no pueden pagar. El presidente americano tiene el dilema de facilitar el abono de estas deudas y perjudicar a la banca, o dejar que el problema continúe afectando al consumo. Las rentabilidades del bono estadounidense arrojan un interés tan bajo que podría interpretarse que los mercados anticipan escenarios deflacionistas. Otro tanto sucede con los rendimientos de los títulos estatales germanos. Así que la bolsa sigue cayendo. Ayer, el FMI emitía un informe sobre las cinco principales economías del mundo en el que afirmaba que si la desconfianza en la periferia acaba por extenderse a los bancos de la eurozona, entonces la crisis que se desencadenaría sería similar a la vivida tras la caída de Lehman.
¿Y qué hacemos en la UE ante esto? En Italia, Berlusconi aseguraba que cumpliría con su plan de ajuste atajando la evasión fiscal. ¿De verdad es creíble que logre 6.000 millones de la noche a la mañana persiguiendo el fraude? Ya sabemos que en Grecia no dio ningún resultado. Y precisamente por tierras helenas se resquebrajaba una vez más la solidaridad europea. Finlandia exigía más dinero a Atenas para que garantizase sus préstamos, extremo al que se oponía el FMI, pues éste quiere mantener su derecho preferente a la hora de cobrar y lo que exigían los finlandeses descapitaliza a los griegos. Todo esto sigue pesando sobre el sistema financiero europeo. Las autoridades han optado por negar la mayor y flexibilizar las condiciones a la banca, dejarle tiempo para que vaya saneándose porque... ¿quién va a inyectar dinero ahora en las entidades?, ¿se convierte al fondo de rescate en un banco que inyecte liquidez donde haga falta?, ¿o hacemos quitas entre los Estados y se hace lo mismo que en Irlanda o, incluso, Islandia? Hay que delimitar lo sistémico de lo que no lo es, de modo que se deje caer a los primeros para apuntalar y respaldar a los segundos... antes de que la crisis acabe por adueñarse de la casa.