La bota italiana pisa con demasiadas dudas. Ahora Berlusconi ha dado un nuevo paso atrás en sus planes de ajuste de las cuentas públicas, lo que de inmediato se ha plasmado en su prima de riesgo, la cual volvía a superar los 300 puntos.
Fruto de las difíciles coyundas de la política transalpina y la resistencia popular a los recortes, el primer ministro se ha visto obligado a suprimir el impuesto de solidaridad a los ricos con rentas mayores de 90.000 euros. Y en lugar de eso, ha prometido que reforzará la lucha contra el fraude fiscal.
Justo el tipo de medidas que tantas veces ha prometido Grecia y con las que Atenas nunca ha conseguido mejorar sus ingresos. Difícilmente va Italia a asegurarse una recaudación mayor con unas propuestas tan vagas. Para colmo, Berlusconi ha diluido la escala de los recortes de las autoridades locales reduciéndolo a meras fusiones entre ayuntamientos muy pequeños. Las incertidumbres sobre las efectividad de estas iniciativas y si lograrán cuadrar el presupuesto para 2013 se antojan legítimas.
El BCE tendrá algo que decir al respecto después de haber intervenido en los mercados para aliviar los costes de financiación italianos. Y, encima, ha surgido la amenaza de multitud de demandas en los tribunales al enterarse ahora los ciudadanos que los años pasados en la seguridad social y la universidad ya no contarán en la pensión.
Por no hablar del efecto que tendrán los recortes que se logren aplicar sobre el crecimiento y, por tanto, los ingresos. Este rebrote de los nervios constituye un aviso para navegantes. El mantenimiento de la credibilidad es esencial. E Italia titubea demasiado.