
Nada preocupa más a los encargados de la política económica de EEUU y la UE que la japonización. La perspectiva de una economía que no arranca, la deflación y una relevancia global cada vez más menguante lleva a los dirigentes a intentar todas las medidas a su alcance con tal de evitar una década perdida.
Sin embargo, esos temores no están exentos de ironía. Las economías occidentales, la estadounidense en particular, no podrían convertirse en Japón ni aunque lo quisieran. Y eso que hay algunos aspectos en los que EEUU bien desearía poder hacerlo.
Estados Unidos está desplegando algunos de los síntomas del mal japonés. Deuda masiva, caída de los salarios, tasas de interés a corto plazo ancladas en cero, un banco central bajo presión para intentar otra ronda de flexibilización cuantitativa, políticos preocupados por pequeñas batallas territoriales mientras la economía arde. Justo la japonización.
Pero la de depresión de Japón tiene un carácter refinado. Los precios de los activos se desplomaron, la recesión se convirtió en norma, las compañías se transformaron en zombies, los bancos se volvieron insolventes... Y sin embargo, Japón nunca se desintegró.
La delincuencia no aumentó nunca, las familias no perdieron en masa sus viviendas y nunca se han materializado protestas como las de Londres. Los hogares simplemente se ajustaron el cinturón y vivieron de sus ahorros. Japón ha ido tirando, incluso después del terrible terremoto del 11 de marzo.
EEUU no es Japón
¿Podría Estados Unidos lograr semejante nivel de cohesión? ¿Podría permitirse un crecimiento económico nulo durante 20 años sin que esto termine en la inestabilidad social masiva? Lo dudo.
Pese a todos sus problemas, y son muchos, Japón tiene aproximadamente 15.000 millones de dólares de ahorros familiares guardados bajo los colchones de tatami para proteger a sus 127 millones de habitantes de una economía en continuo estancamiento. Sin embargo, los estadounidenses se encuentran sumamente endeudados y no serían capaces de sobrevivir dos meses sin un sueldo.
Hasta hace poco, Japón dependía de una sólida demanda del exterior para compensar el bajo nivel de consumo nacional. Pero por mucho que caiga el dólar, las exportaciones no podrán sostener la economía de EEUU. Los males de Europa se están ahondando y China se desacelera. Sin ningún motor de crecimiento obvio, Washington podría volver a caer en una recesión incluso más profunda.
Japón es una historia de dos países. Por un lado, es increíblemente seguro y eficiente, hace gala de unas prolongadas expectativas de vida, una alfabetización universal, buena calidad del aire y un sólido sistema de salud. Por el otro, decepciona continuamente a los inversores que esperan una reactivación de su PIB. Con sus problemas, Japón, no obstante, funciona.
Entonces, ¿Washington está a punto de remedar a Tokio si su economía cae y no se puede levantar? Si pudiera, lo haría. Pero es dudoso que pueda.
William Pesek es analista de Bloomberg