De aquellos momentos de euforia de hace un siglo, o sea tres o cuatro meses, hemos pasado a la sorpresa, el cabreo y el abatimiento en las huestes socialistas. De aquel eufórico y mercadotécnico ¡Llámame Alfredo! hemos evolucionado tanto que la frase se formula ahora como ¡Alfredo , no me llames, por favor!
La puerta de salida de las listas está atascada como la de un estadio de fútbol en el que ha perdido el equipo de casa, todos corriendo y quitándose vergonzantemente la camiseta, la bufanda y toda la heráldica partidista.
La situación del socialismo es inédita y mejora con mucho aquella etapa surrealista que dejó tras de sí Felipe González. Tenemos un secretario general del POSE que seguirá siéndolo durante unos meses, al menos. Tenemos un presidente del Gobierno, encarnado por la misma persona, que seguirá siéndolo hasta los albores del año nuevo.
Tenemos un diputado de base, cunero por Cádiz, que es el que decide en el Partido, porque ha sido designado candidato a la presidencia del Gobierno, pero ni siquiera está entre los tres primeros del escalafón en el Partido. Y tenemos un candidato a la presidencia del Gobierno que la ejerce de facto.
Esta situación kafkiana ha provocado, como en las lavadoras, un final centrifugado en el que un día y otro sale algún relevante socialista pidiendo por favor al candidato que no cuente con él para las listas. Hemos llegado a un punto en el que hasta el mismísimo presidente del partido, Manuel Chaves, pide clemencia y poder disfrutar de su bien remunerada jubilación, lo que se conoce como el socielismo o paraíso de los viejos socialistas.
No le van a faltar candidatos a Pérez Rubalcaba, sabiendo que un centenar de ellos llevarán una vida muelle durante cuatro años y acreditarán derechos adquiridos para una buena retirada, pero habrá que ver el nivelazo de los postulantes cuando su horizonte personal se reduce a esa condición de diputado de discurso minutado.