El Gobierno francés ha presentado su plan de ajuste valorado en 12.000 millones de aquí a 2012. Y la parte del león de semejante esfuerzo se concentrará en las subidas de impuestos.
París elevará el precio del alcohol, el tabaco y los refrescos; eliminará exenciones fiscales; modificará Sociedades; incrementará la presión impositiva sobre las rentas del capital; suprimirá ventajas tributarias para ciertas inversiones inmobiliarias; revisará el impuesto sobre los vehículos e impondrá una tasa "simbólica" y temporal del 3 por ciento sobre las rentas superiores a 500.000 euros al año. Se trata de un importante paquete de medidas que puede brindarle un respiro ante la presión iniciada por los mercados debido a unas previsiones de PIB a la baja.
Sin embargo, con las elecciones dentro de ocho meses y renqueando en las encuestas, Sarkozy ha vuelto pecar de poco ambicioso. Francia tiene un problema de competitividad, pues donde antes acumulaba superávits comerciales ahora presenta números rojos. Y su crecimiento puede verse perjudicado según sube impuestos y se estanca la economía mundial.
Necesita hacer reformas de un Estado que gasta más en porcentaje del PIB que Suecia. Además, podría tener que hacer frente a las reestructuraciones o rescates periféricos y los sustanciosos perjuicios que pueden infligir en sus bancos. Sarkozy ha iniciado el camino de la armonización fiscal de la mano de Merkel.
Pero pronto puede descubrir que va a ser insuficiente. Mientras vaya retrasando las decisiones difíciles y la inestabilidad continúe, las previsiones de crecimiento seguirán flojeando y le forzarán a mayores sacrificios.