La sensación de vivir en España en estos momentos es como la de estar en la sala de espera de un aeropuerto a punto de iniciar un largo viaje. Va a ser una espera larga, tortuosa y crispada. Tres meses de campaña electoral, tal y como están los mercados, es demasiado tiempo. Pero al final nuestro avión partirá en busca de nuestro destino. Para más del 70 por ciento de los españoles, Mariano Rajoy va a ganar las próximas elecciones, aunque la mayoría piensa que Alfredo Pérez Rubalcaba sería mejor presidente.
Pero las cosas son así. El Partido Popular ha empezado a prepararse para ocupar La Moncloa. Como en el film de Dino Risi Il sorpasso (1962), el cambio es inevitable y necesario. Tras casi ocho años de mando, los socialistas se han desfondado. Se necesita un equipo de refresco para afrontar la salida de la crisis. El problema es la incertidumbre que transmite todo cambio de poder. ¿Hará Rajoy las reformas que el PSOE no pudo hacer o dará marcha atrás a lo que se ha conseguido en este año y medio? ¿Bajará impuestos? ¿Subirá la desgravación por la compra de vivienda hasta el 25 por ciento? ¿Dará marcha atrás en el incremento de la edad de jubilación?
Si los populares hacen lo que han dicho que van a hacer, será un desastre. Son tiempos de sangre, sudor y lagrimas, las alegrías presupuestarias y el dolce farniente eran para Rodríguez Zapatero. A Rajoy le toca gobernar con rigor y así será juzgado por la historia. Eso es lo que esperamos quienes estamos sentados en la sala de espera. Tiene que culminar las reformas iniciadas y dar un paso hacia delante. Zapatero se ha enfrentado a su bases sociales para implantar la reforma laboral, la privatización de las cajas de ahorros y el recorte de las pensiones. A Rajoy le toca enfrentarse a las suyas: tiene que reconducir el Estado de las autonomías poniendo fin al café para todos, culminar un acuerdo con ETA que garantice la paz en Euskadi, y poner en orden la Justicia. Lo tiene crudo.
Mariano Guindal es periodista económico.
