Opinión

Editorial: El mercado pierde la cabeza preso de un pánico irracional

En las películas se recurre con frecuencia a un gag por el que el protagonista va de susto en susto ante todo lo que se le aparece y termina chillando incluso cuando se encuentra con su compañero de aventuras. En sus choques de un lado a otro, ayer los mercados se toparon con Francia... y también salieron gritando.

Reunidos en un Elíseo en plena rehabilitación, los franceses daban la imagen de un Ejecutivo desarbolado. Sarkozy había abandonado su vacaciones y ordenaba a sus ministros que urdiesen en menos de una semana un plan para reconducir las finanzas.

¿Qué sucede con los galos? La lógica del mercado en estos días se antoja implacable: si Estados Unidos ha perdido una triple A, Francia no se encuentra mucho mejor después de años experimentando crecimientos planos. Parecía que surgían de la crisis con fuerza de la mano de los germanos, pero sus últimos datos industriales son desalentadores; sus empresas llevan tiempo perdiendo competitividad frente a las alemanas; su deuda se ha disparado desde unos niveles del 60 por ciento hasta superar el 80, y sus previsiones para corregirla se basaban en unas estimaciones de crecimiento infladas.

Poco importaban las muchas fortalezas del país, como que pueda privatizar una buena parte de sus conglomerados industriales y que incluso las propias agencias de calificación desmintiesen el rumor sobre una rebaja del rating. La preocupación mediática ha llegado a las orillas del Sena, se ha extendido a su banca, y las bolsas continúan cayendo sin freno. Una muestra de la psicosis reinante se plasmó en el hecho de que las entidades europeas prefiriesen en estas circunstancias depositar el dinero en el BCE a pérdida antes que arriesgarlo en cualquier otro sitio.

El oro, refugio por excelencia cuando todas las monedas buscan devaluarse para competir, marca máximos prácticamente todos los días. El rumor y el pánico tienen mucha imaginación y eso se ha proyectado en las peores pesadillas. Enseguida, se especula con las consecuencias: ¿qué pasaría si una Francia que usa su triple A para garantizar los fondos de rescate europeos dejase sola a Alemania encabezando a los sanos y poderosos de la UE? ¿Podría quedar el mecanismo de salvamento europeo desmantelado? ¿Resistirá Merkel los conatos rebeldes entre sus propios correligionarios? ¿Podrá un solitario BCE rescatar con sus intervenciones a todos los países en dificultades?

Es cierto que se está produciendo un enfriamiento de la economía global que dificultará las devoluciones de deuda. Es verdad que este tipo de batacazos suele conllevar una segunda ronda porque los comités de riesgo apremian el cierre de posiciones en cuanto observan dinámicas bajistas.

Sin embargo, la profundidad de las caídas resulta desproporcionada. Los datos todavía no refrendan una recesión de la escala que augura la bolsa. No tiene sentido que empresas con una capacidad sólida para generar caja y por ello dividendos se hallen en unos estratos tan bajos. Esto más bien responde a la incertidumbre alimentada por los políticos, quienes muestran una escasa voluntad para tomar decisiones y, por tanto, retomar el crecimiento. Y a su vez las interconexiones han provocado que el terror salpique por doquier.

Pese a los importantes pasos dados en Europa tanto con el fondo de rescate como en la aceleración de los recortes, el ritmo que intenta imponer el mercado parece una locura. Al sucumbir Francia, ayer se puso de manifiesto en toda su crudeza que en Europa el problema es de todos los países, también de los ricos. El mercado les está presionando para que se conjuren en una exhibición de mayor unión económica y aún más medidas.
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