En El Señor de los Anillos, ante las puertas de Mordor, el rey arenga a sus tropas: "Veo en vuestros ojos el mismo miedo que encogería mi corazón. Pudiera llegar el día en que el valor de los hombres decayera, en que olvidáramos a nuestros hermanos y se rompieran los lazos de nuestra comunidad; ¡pero hoy no es ese día! "...
Desprovistos de líderes, unos mercados desmoralizados parecen ejércitos en desbandada víctimas fáciles de una carnicería. ¿Nos hallamos ante una mera ralentización o se trata de una recaída en la crisis más profunda? ¿Hay motivos fundados para semejante pánico?
Es cierto que los problemas de fondo continúan: enfrentados ante la competitividad de las naciones emergentes, la principal respuesta de Occidente ha consistido en el recurso al endeudamiento, es decir, nuestro PIB ha sido impulsado a golpe de deuda. La tan cacareada productividad se ha revelado poco capaz de arañar significativas tasas de riqueza a los países en desarrollo y, sobre todo, se está mostrando muy rácana a la hora de crear puestos de trabajo entre los menos formados.
EEUU padece serias dificultades para producir bienes industriales que se vendan a escalas masivas, y el ejemplo más palpable se encuentra en su sector del automóvil. Las reformas para hacer frente a estos retos precisan complejas explicaciones, tiempo y sacrificios. Pero los políticos han optado por abandonarse a sus juegos de salón, y omiten esas medidas en especial cuando observan la resistencia que entrañan.
Pese a la sensación de déjà vu sobre los parqués, las circunstancias son distintas de 2008: la caída del precio de la vivienda en EEUU sienta las bases para que la construcción pueda reactivarse y generar empleo. La rebaja del petróleo bien podría restituir una parte de la capacidad adquisitiva perdida. Y las empresas apilan caja como nunca. Además, el sentimiento de mercado roza el nivel de Lehman y esos suelos auguran mejoras bursátiles.
Esta vez, una serie de datos que subrayan la atonía de la industria han puesto el foco en los políticos y en el qué harán. Ellos generan la desconfianza al posponer en Europa el eurobono y al enfrascarse en Washington en una pelea a la caza del voto sin que importe la credibilidad de su economía. En lugar de apostar por políticas coordinadas globales, persiguen una carrera inútil de devaluaciones competitivas. Sin embargo, en esta ocasión hay un factor muy deteriorado respecto a 2008: los Gobiernos han agotado su margen fiscal y su austeridad lastrará el crecimiento.
Ante la confusión que han inspirado, sólo importa lo que harán los bancos centrales para estabilizar el mercado. Tras muchos remilgos y fintas, el BCE por fin ha declarado que respaldará la deuda de Italia y España, y eso ha apaciguado el fuego de la prima de riesgo. Bien por Trichet.
Esperanzas en Bernanke
En EEUU, las esperanzas se depositan en Bernanke. Es cierto que la Fed aún carece de los datos para evaluar la coyuntura: el tsunami nipón sigue pesando; las materias primas podrían dar un alivio y la inflación no cede. Pero existe el riesgo de que un crac termine por congelar la inversión y el consumo, descapitalice a la banca al tiempo que soporta recortes del rating y todo ello depare más paro y, al final, una nueva gran recesión. Bernanke tenía que actuar y una intervención exagerada acarreaba el peligro de sembrar más alarma. Por eso, la Fed ha adoptado una postura realista y se ha contentado con garantizar tipos a cero hasta 2013 y anunciar que considera otras medidas.
Aunque se puede cuestionar si es más metadona para adictos y si más financiación barata surtirá efecto, la mayor amenaza reside en unos líderes incapaces. Así que Bernanke ha tenido que echar el resto. Presionado por el mercado, envía la señal de que proveerá apoyo siempre que asome la depresión. No le queda otra.