Arrastrados por Wall Street, los parqués han vuelto a teñirse de rojo. Ayer, los inversores huyeron de la bolsa para refugiarse -pese a la rebaja de rating que S&P le asestó a Estados Unidos- en los bonos norteamericanos, donde en algunos casos se obtenían rentabilidades negativas, justo una señal inconfundible del temor a la deflación.
Sus datos de empleo resultan harto insuficientes para brindar fuelle a una recuperación. Los problemas de competitividad y de unos consumidores aún muy endeudados siguen sin despejarse.
Durante las negociaciones en Washington para suscribir un mayor techo de gasto, los políticos norteamericanos se han mostrado dispuestos a poner en jaque la credibilidad de la mayor economía del mundo con tal de sacar rédito en las encuestas.
Y en cualquier caso, las medidas fiscales que EEUU tendrá que adoptar para corregir sus cuentas públicas alimentarán una recaída. Tal situación eleva la presión para que la Fed imprima de nuevo billetes, en otra expansión monetaria bautizada como QE3. Sin embargo, esta vez no va disfrutar del mismo margen.
Ya alberga tres billones de dólares en su balance y se arriesgaría a crear en algún momento una inflación galopante que difícilmente podría desactivar. Por ahora, las cifras dibujan un escenario incompleto, pero Bernanke bien puede anticipar hoy algo que insufle ánimo a los mercados.
Fatales consecuencias para España
Al mismo tiempo, tal y como avanzaba ayer la OCDE, los signos de enfriamiento alcanzan incluso a los emergentes. Y la economía occidental que parecía surgir con más fuerza de esta crisis, Alemania, veía cómo su índice bursátil se desplomaba en una jornada un 5 por ciento y acumulaba una pérdida de casi el 15 por ciento en la semana.
Es decir, los mercados cotizan que la ralentización que atraviesa Estados Unidos puede extenderse al resto del mundo. Lo que significa que los germanos no van a continuar exportando como deseaban. Y eso podría deparar fatales consecuencias para España. Las propias previsiones del Gobierno español contemplan que la demanda nacional no aportará nada al crecimiento y que sólo tirará el sector exterior. Pero buena parte de nuestros productos se dirigen a Alemania, de modo que si los germanos frenan, nosotros nos veremos arrastrados. Toda Europa puede terminar padeciendo un paro enquistado.
Ante estas perspectivas de recaída y dada la ausencia de liderazgo de los líderes europeos, el BCE ha dado un paso más en su camino para transmutarse en la figura de guardián del euro. La institución que preside Trichet compró ayer bonos soberanos, logrando que las primas de riesgo española e italiana se redujeran sustancialmente. Las dificultades soberanas han dejado a los Estados sin balas. La política fiscal se ha agotado.
En estos momentos de incertidumbre sólo queda el estímulo monetario para devolver la calma a los mercados. Los bancos centrales van a sentir cómo les sube la temperatura hasta que provean de nuevo liquidez. Sólo entonces recuperará el mercado la tranquilidad.
Pero esta solución es temporal. No puede generar riqueza real y no solucionará los problemas de fondo de competitividad y deuda. En el caso de Europa, las naciones como España e Italia deben ajustar sus aparatos estatales a la nueva austeridad desprovista de financiación ilimitada. En caso contrario, siempre terminarán absorbiendo todos los fondos que se dispongan para su rescate. Y Berlín debe convencerse de que el eurobono le costará mucho menos que la perspectiva de una ruptura del euro.
Las cifras de la eurozona en su conjunto son razonables y arrojan unos niveles de déficit y endeudamiento públicos bastante menores que los de EEUU. Ése puede ser el primer paso para retomar la recuperación a este lado del Atlántico.