Opinión

Giuliano Amato: Bien por el escudo, pero Italia debe salvarse sola

La cumbre extraordinaria del pasado 21 de julio no nos brindó el eurobono que muchos habíamos pedido como encarnación de una garantía por fin colectiva de las deudas nacionales y que habría tranquilizado a los mercados de una vez. Pero anduvo cerca.

Tanto, que los mercados se relajaron momentáneamente y el eurobono se presenta hoy como un segundo paso por dar.

A la política le gusta presentar la reconducción de los mercados a la normalidad como un golpe asestado a la especulación. Es evidente que hubo especulación, pero de lo que realmente había que huir y lo que estaba pesando como una losa era el miedo.

Un miedo cada vez más difuso que había alejado a los fondos y a los ahorradores de los títulos públicos de los países más endeudados (no sólo de Grecia) y que nacía del auténtico trauma provocado por el descubrimiento de que los Estados pueden quebrar y que, por lo tanto, los títulos públicos son activos de riesgo como cualquier otro.

Ya se tratase de miedo o de especulación, el caso es que la respuesta que los Gobiernos debían dar era, en cualquier caso, la misma: hacer piña con los Estados de la eurozona en dificultades, dispuestos no sólo a garantizarlos, sino a colocarlos en condiciones de reconducir a dimensiones razonables las deudas que la irracionalidad del mercado había situado en niveles insostenibles y, de esta forma, evitar la quiebra.

Eso fue lo que se hizo el 21 de julio en relación con Grecia y que, al menos en cuanto a los préstamos, será ampliado también a las economías lusa e irlandesa ("los tipos y el vencimiento del préstamo concedido a Grecia serán también aplicados a Portugal y a Irlanda", se lee en las conclusiones del Consejo).

Necesidad del eurobono

Entonces, se consiguieron resultados con un conjunto de instrumentos confiados al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) -préstamos a tipo normal y largo vencimiento, emisión de títulos, adquisición en el mercado secundario-, con intercambios de títulos y otras operaciones que facilitan los créditos privados.

Tampoco se llegó al eurobono, porque el FEEF es una estructura perteneciente a los Estados participantes y, por eso, financieramente cubierta por sus garantías individuales alícuotas. Pero cuando sus obligaciones sean heredadas por el mecanismo para la estabilidad (ESM, por sus siglas en inglés) cuya creación ya se ha aprobado, operará con una personalidad jurídica autónoma y sus bonos serán, necesariamente, eurobonos.

En Europa sucedió, pues, algo financiera y políticamente importante tras la reunión del Eurogrupo. Bajo la presión de una necesidad cada vez más urgente, un conjunto de líderes nacionales indecisos, y durante mucho tiempo incapaces de adoptar determinaciones a la altura de los problemas comunes a resolver, consiguió poner en marcha una especie de prefiguración de un Gobierno europeo y hacerse ver y respetar como tal.

No obstante, la agencia de rating Fitch ha insistido en la naturaleza de la quiebra selectiva y en otros mecanismos favorables permitidos a Grecia tanto por parte de los Gobiernos como de los bancos, un argumento sostenido ya antes por el propio Banco Central Europeo. Fitch, sin embargo, no es el mercado, y en éste podría haber prevalecido la simple verdad de que es cierto que algo se pierde, pero que, al final, Grecia no quiebra.

La atención acabará en Italia

Dicho esto, y esperando tanto el éxito de la tormentosa situación griega como la futura evolución de la gobernanza económica europea, no podemos dejar de preguntarnos cuáles son las consecuencias sobre la situación italiana de todo lo sucedido y de lo que podrá ocurrir.

Consecuencias que, de inmediato, sólo deberían ser positivas, porque, al contener la enfermedad en su primer portador, se ha bloqueado su contagio. E Italia había comenzado a moverse más en esta clave que no en la de su propia situación interna, como ha demostrado abiertamente la turbulencia que se cernió sobre nosotros, a pesar de haber aprobado un paquete de medidas indiscutiblemente severo.

Apenas conocidas las conclusiones finales del Consejo europeo sobre Grecia y su parcial prolongación a Portugal e Irlanda, los spreads sobre nuestros títulos públicos comenzaron a bajar rápidamente. Pero antes o después, la atención terminaría por centrarse en Italia en busca de respuestas referidas directamente al país transalpino, porque uno de los efectos de las medidas adoptadas para Grecia es el de reconducir su deuda al entorno al 100% del PIB. Y la nuestra, en este momento, sigue siendo la deuda porcentualmente más alta de la zona euro, y en valor absoluto pesa mucho más que la helena y nos obliga a presentarnos en el mercado con exigencias de renovaciones profundas y masivas.

Estamos, pues, bajo los reflectores, y ante ellos pasarán los datos paralelos del vencimiento de nuestra deuda, de los compromisos asumidos para reducirla y de los recursos de los que dispondremos para satisfacerlos. Y todos sabemos que hasta 2014, por ahora, sólo seremos capaces de respetar nuestros compromisos si nuestro crecimiento consigue despegar, y lo más rápidamente posible, en torno al 2 por ciento.

Previsión ante futuras turbulencias

¿Y qué sucedería si no lo pudiésemos lograr y si los mercados concluyesen que está en peligro nuestra solvencia como deudores? No podemos hacernos ilusiones. Es cierto que está en marcha una gobernanza europea más fiable, pero Italia -como ya se oye decir- es demasiado fuerte para ser salvada como Grecia. Tendrá que salvarse sola, y el escudo de la eurozona podrá ser sólo un complemento para ella.

Tengámoslo en cuenta y preparémonos para prevenir futuras turbulencias. ¿Cómo? Con el Impuesto sobre el Patrimonio acumulado, que yo mismo propuse, repiten hoy algunos, pensando en reducir de inmediato nuestra deuda por debajo del 100 por cien. No, respondo yo. No es de recibo que el segundo país manufacturero de Europa se suma en un estancamiento que niegue el potencial que el país tiene en sus manos.

Probemos antes con decisiones eficaces para el crecimiento. Para eso, necesitamos una elite dirigente capaz de identificarlas con inteligencia (y, por lo tanto, sin su habitual banalidad), promoverlas con valentía, hacerlas compartir con credibilidad y pasión a todo el país en un impulso colectivo esencial. ¡Ojalá lo consigamos!

Giuliano Amato. Jurista y político. Ex primer ministro de Italia. ©Il Sole 24 Ore.

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