El presidente de la Generalitat, Artur Mas, está dando una lección de coherencia económica a su predecesor, José Montilla.
En vez de engrosar el endeudamiento con más dispendio y el recurso final a unos bonos patrióticos, opta por la sensatez de lo que, con un oportuno guiño, denomina la triple A: adelgazamiento, agilidad y austeridad.
De modo que va a intensificar los recortes que viene practicando en sus primeros seis meses de mandato, haciendo caso omiso del perfil impopular que puedan revestir.
Es consciente de que sin racionalizar la Administración, sin reducir consejerías, cargos, puestos de trabajo, duplicidades o paralizar proyectos no prioritarios, la proyección de sus cuentas sería ingobernable. Antepone el bien común y la sostenibilidad económica al cortoplacismo malgastador.
