Opinión

Manuel Sarachaga: ¿Un castigo justificado?

Ayer fue otro día al borde de un ataque de nervios en los mercados de deuda pública y de renta variable. El diferencial del bono español con respecto al alemán superaba por momentos los 400 puntos básicos y el fantasma de un hipotético rescate a España sobrevolaba los parqués.

En pocos días, hemos pasado de una situación de infundado optimismo -después del nuevo acuerdo sobre cómo digerir el inevitable impago griego- a la cruda realidad.

A la caída de la rentabilidad de los bonos germanos se unía la subida del coste de los títulos de los países periféricos, ensanchando la prima de riesgo hasta niveles insospechados hace muy poco tiempo. El amigo americano no ha sido una gran ayuda precisamente, aunque también hemos puesto lo nuestro para alimentar a la bestia.

El acuerdo in extremis para evitar una suspensión de pagos de Estados Unidos no ha frenado la ya descontrolada incertidumbre sobre las finanzas públicas de determinados países, y el capital ha volado literalmente en Europa hacia las tierras más seguras.

Y, mientras tanto, desde España los mensajes que hemos lanzado por el mundo últimamente no han sido lo que se dice esperanzadores: los datos de paro baten récords, la temporada estival no ha proporcionado el alivio esperado a nuestra anémica economía, el descontrol autonómico se muestra en todo su esplendor, una entidad financiera de gran tamaño ha sido intervenida? y para guinda de este pastel, un Gobierno acorralado que claudica y adelanta las elecciones, con nada menos que cuatro meses de anticipación, lo que augura un largo periodo de inacción y mayor deterioro para nuestro país en todos los sentidos.

¿Puede pagar España?

Desde luego, a ojos de cualquier inversor, el panorama resulta desolador, como para echar a correr y aplicar de inmediato el flight to quality, ahora que la red de seguridad del Banco Central Europeo se debilita. Sin embargo, ante la pregunta clave, que es si España continúa siendo capaz de hacer frente a sus compromisos de pago, creo que la respuesta únicamente puede ser afirmativa. Incluso a pesar de que el coste de nuestra deuda se haya encarecido sustancialmente, la carga que supone el servicio de la deuda sobre los presupuestos públicos es todavía soportable. Todavía.

No obstante, si la tendencia de estos días continúa y los inversores -por las razones que sea- comienzan a creer con mayor firmeza que efectivamente no podremos devolver lo que nos prestan (y no somos capaces de hacerles pensar de otra manera), posiblemente estaremos ante un caso de profecía autocumplida, pues sin duda unos mercados prácticamente cerrados o abiertos a precios desorbitados son condición suficiente para que un país suspenda pagos por la vía rápida.

Por nuestra parte, solamente nos queda un camino para tratar de evitar que esa maldita profecía se cumpla: hacer nuestros deberes en casa, lo que pasa por continuar -esta vez en serio- con las reformas estructurales pendientes que nuestra economía necesita como el comer para volver a crecer con cierta solidez.

Algo que, desgraciadamente, puede ser mucho pedir para el irresponsable comportamiento que han demostrado los partidos aspirantes al Gobierno, que parecen únicamente preocupados por un demasiado lejano 20 de noviembre de 2011, más incluso que los nostálgicos del régimen.

Manuel Sarachaga. Economista.

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