Tras las crónicas de agonía que preludiaron la reunión del Consejo Europeo celebrado el pasado 21 de julio, todo parece resuelto a juzgar por los titulares, declaraciones políticas y jornadas de alborozos bursátiles.
Me temo que se está construyendo una opinión pública a golpes de efecto, permanentemente expuesta a las oscilaciones pendulares entre la angustia y la recuperación del paraíso perdido. Una sociedad en la que la instantánea de eterno presente borra el proceso, la memoria, la historia.
¿Cómo ha quedado Grecia? ¿Cómo quedan Irlanda, Portugal, Italia, España, etc.? Capeado, aparentemente, el temporal, ¿cómo se percibe la sin- gladura? Se diría que a partir de ahora la Unión Europea sale reforzada y el proyecto europeo (¿cuál?) avanza sin temores.
Lo primero que salta a la vista es que el país heleno se vuelve a endeudar en 159.000 millones de euros prestados por la Unión Europea, por el Fondo Monetario Internacional y la banca privada. Es verdad que este préstamo será al 3,5 por ciento, con una década de carencia, y en unos plazos que irán desde los 15 hasta los 30 años. También es cierto que una parte del citado préstamo va a servir para que el Gobierno compre parte de la deuda, la cual, por cierto, asciende a más de 350.000 millones de euros. Pero la pregunta ahora es: ¿cómo se paga esa nueva deuda y en base a qué?
Entre las informaciones menos difundidas, aparece la decisión de que entre el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y el Consejo Europeo "negocien con Grecia un nuevo programa de reformas".
Por otra parte, se espera que a partir de ahora se produzca la recuperación económica que facilite el pago de los compromisos.
Los nuevos recortes y privatizaciones quedan oscurecidos por la buena nueva del nuevo empréstito. Y así, hasta la próxima.
Y es que, como en la sangrienta reyerta lorquiana, y tras los grandes escenarios mediáticos: "Señores guardias civiles; aquí pasó lo de siempre. Han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses".