No sé si existe uno de esos enigmas matemáticos que se plantee que todos pierden, ninguno gane y no haya posibilidad de empate.
Quiero decir que resulta difícil de entender, no para mí, que estoy por debajo de la media, sino para el común de los mortales, la situación en la que han quedado las cosas tras la celebración del llamado Consejo de Política Fiscal y Financiera, un conciliábulo manifiestamente mejorable, en su planteamiento, en su mecánica y en su dimensión institucional.
Digo que es difícil de entender que la única ¿solución? a la que se ha llegado es una que no figuraba en el guión de ninguna de las partes contratantes y que, apenas, se la puede considerar una huida hacia delante, pero de muy corto recorrido: el famoso crédito del ICO.
Si hubiera la menor lealtad institucional entre los partidos políticos, el problema sería relativamente fácil de resolver. El Gobierno presupuesta mal, y el partido de la oposición lo pregona por tierra mar y aire. Pero en vez de administrar conforme a lo que pregonan, se aprovechan del error gubernamental para gastarse todo lo que el Ejecutivo les anticipa. La culpa siempre será del Gobierno, que no sabe hacer números.
A la hora de devolver lo indebidamente percibido se plantea un escenario hipócrita por las dos partes Y en ésas estamos, en una no solución casi a la griega: te presto para que me pagues. Ejemplar.
Ha llegado un momento en que todos se reclaman Estado, pero sólo para el protocolo; para todo lo demás, nadie quiere ser Estado y todos huyen de sus responsabilidades. La teoría del caos cuenta en España con una legión de seguidores, mayormente políticos, pero no como el resultado de una reflexión, sino como simple expresión de su incapacidad para organizar ni lo que llevan en sus bolsillos.
Para colofón, el Tribunal Constitucional afirma ahora lo que con ahínco negó cuando el Estatuto de Cataluña. ¡Más caos! ¡Es la ruina!
Hernando F. Calleja. Periodista de elEconomista.
