Desde hace semanas, se ha ido precipitando el anticipo de las elecciones, una vez constatado que el camino emprendido de reformas estructurales no daba más de sí y que la designación de Rubalcaba como candidato socialista ponía plazo al desenlace de aquel nombramiento. Finalmente, Zapatero ha optado por ultimar en septiembre algunas leyes muy avanzadas y disolver las cámaras el día 26.
La decisión de anunciar ayer este plan tiene con seguridad una relación directa con la encuesta del CIS, que aporta algunos elementos muy significativos. Uno es que el candidato socialista ha conseguido el retorno de algo más de un millón de electores que el 22-M huyeron despavoridos de la disciplina socialista. Podría haberse producido -dicen los expertos- un efecto rebote, por el que los disidentes del PSOE se habrían alarmado por las consecuencias de su propio desapego y estarían regresando para evitar un excesivo castigo en las generales.
Un segundo elemento es el incremento hasta el 81 por ciento -algo insólito- del rechazo que recoge Zapatero, lo que indicaría que el todavía presidente del Gobierno ha atraído sobre sí, casi en exclusiva, las culpas derivadas de la crisis. Con la consiguiente exoneración moral de sus colaboradores, Rubalcaba incluido. De hecho, la valoración personal que obtiene el candidato es espléndida.
Todo ello da oportunidades a Rubalcaba. No probablemente oportunidades de ganar, pero sí de obtener un resultado honroso y hasta de tratar de impedir que Rajoy consiga mayoría absoluta. En cualquier caso, Rubalcaba deberá intentar irrumpir con un mensaje intenso, potente y algo provocador que cumpla varios requisitos: que atraiga a los socialistas desencantados con una cierta recuperación de las esencias (política fiscal), que seduzca a los grupos inorgánicos que se agrupan en el 15-M (políticas de regeneración democrática) y que complazca con su moderación al núcleo central del electorado, a las clases medias.
Ha llegado, en fin, la hora de la verdad, tanto para Rubalcaba, enfrascado febrilmente en la tarea que se ha marcado, como para Rajoy, quien ya no tiene el argumento de la exigencia de elecciones anticipadas y deberá comenzar a emitir un discurso convincente. De entrada, el líder popular deberá intentar desmontar la evidencia de que muy cerca de aquí, en Portugal, la alternancia no ha producido beneficio alguno al país. Y, ya entrando en materia, tendrá que convencer también a la mayoría de que la austeridad que nos aguarda, y que nadie niega, no se plasmará en forma de un gran ajuste social.