Tras meses de inoperancia, por fin el Eurogrupo habla con una sola voz. Ayer los líderes europeos cerraron un borrador de actuación que ha supuesto una inflexión en el lento avanzar de la elefantiásica maquinaria europea, hasta ahora incapaz de arbitrar una solución que desanudara el embrollo heleno y sus implicaciones para otros países periféricos.
La gravedad del problema que deparaba una Grecia técnicamente quebrada y el temor a que las agencias llamaran default a cualquier solución similar a un impago han unido al fin los discursos dispares, y ahora Alemania, Francia y el BCE caminan en la misma dirección. Se impuso el pragmatismo, porque ayer había que cerrar sí o sí una estrategia.
Al boceto pergeñado por los jefes del euro le falta la letra pequeña y quedan muchos flecos por detallar, pero el mercado ha saludado con una tregua un acuerdo europeo que ya se estaba demorando hasta la exasperación.
En el caso de España, el alivio se materializó en una relajación de la prima de riesgo y de los intereses de la deuda, por debajo de los 300 puntos y del 6 por ciento respectivamente. Y el Ibex reconquistaba el 10.000 con una subida del 7 por ciento en dos jornadas.
Merkel ha ganado el pulso
El pacto certifica que Merkel ha ganado el pulso a los eurolíderes. Habrá reestructuracion para Grecia, aunque quedan el aire muchas zonas ambiguas. El BCE se pliega a asumir en sus carnes el default griego. Y el segundo rescate heleno se cifra en 109.000 millones, de los cuales 50.000 implicarán al sector privado, de los cuales 12.600 se incluyen dentro de un programa de recompra de bonos.
Los bancos participará a través de un canje de bonos no del todo voluntario. Y su implicación se cifra en 135.000 millones en el horizonte de 2019. El dato clave de este esquema para reflotar la nave helena es que se trata de una solcuión ad hoc para Grecia y sólo para Grecia, que no puede despertar una suerte de riesgo moral que haga intuir un programa similar para otros rescatados, algo que se ha intentando sortear una y otra vez por los líderes del euro.
Además, se han rebajado las condiciones de los préstamos a los países con flotador hasta el 3,5 por ciento y se ha alargado su plazo, lo que permitirá que el salvamento no suma a los países en una catalepsia económica de la que no puedan salir por tener que atender más a los créditos que al crecimiento. De ahí que se tilde de plan Marshall el nuevo programa de ayuda a la economía helena.
Evitar el temido contagio
La estrategia definida por el Eurogrupo tiene aspectos positivos y también carencias. En el lado bueno se encuentra la flexibilización del fondo de salvamento actual, de modo que el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera podrá recapitalizar entidades a través de créditos a los Gobiernos europeos incluyendo a países no rescatados.
Una medida cuyo espíritu es evitar el temido contagio de la crisis de deuda a economías más sistémicas que las ya rescatadas. Esto abre la puerta a que se liberen créditos preventivos para economías que, como Italia o España, puedan bordear en algún momento el abismo, suponiendo un riesgo inasumible para una UE que no ha podido bregar con diligencia con unos escollos menores, como son los de Portugal, Irlanda y Grecia.
Y al fin, una sola voz
Entre las omisiones, cabe destacar que flexibilización no implica mayor dotación del fondo, lo que suscita zozobra si hubiera algún rescatado más y fuera de envergadura. Y en el fondo de todo, lo que subyace es que el Eurogrupo se jugaba ayer mucho más que el castigo de los mercados o una reacción periférica en cadena.
Lo que viene estando en tela de juicio en toda esta crisis de deuda es la integridad y la autoridad del euro. Ayer se produjo una inflexión positiva, pero insuficiente. En cualquier caso, es un antes y un después en la UE.