Se da la paradoja de que hace tres años, tanto los bancos como sus acreedores -fondos de pensiones, aseguradoras y otras instituciones financieras- acudieron presurosos a las arcas públicas clamando para que se les rescatase de una desastrosa política de créditos que les había llevado a financiar una burbuja inmobiliaria doméstica y a refinanciar la americana mediante la compra masiva de sus bonos hipotecarios.
Esa ruinosa cadena de inversiones terminó por conducirles, gorra en mano, a la puerta de los bancos centrales para que transmutaran sus pérdidas privadas en pérdidas soberanas. El contribuyente que en su momento no participó en los beneficios, ahora se encontraba convertido en accionista -vía Estado- pero sólo para asumir pérdidas. El sistema financiero era demasiado grande, demasiado importante para dejar que se fuera al garete.
El porqué de esa política de créditos inmobiliarios concedidos sin mesura en nuestro país es un secreto a voces. Aparte de las jugosas comisiones y bonificaciones que se generaron en su día, no debemos olvidar que un cliente hipotecado es un cliente con dogal para toda la vida. Lleva la marca del banco grabada a fuego en la frente. Nómina domiciliada, seguro de vida, plan de pensiones, toda una ristra de productos que se le puede ir vendiendo por la duración de su existencia, que suele coincidir con la de su hipoteca.
Mientras, en EEUU, en palabras de uno de sus directivos: "Si toca la música, no queda más remedio que bailar". Y en esa frase parece estar resumida toda la filosofía seguidista de los consejos y de sus generosamente retribuidos consejeros respecto a las políticas prudentes que deben adoptar las instituciones bancarias que supuestamente tutelan.
Cómo fueron calificados
A la bien servida mesa del despropósito se han sentado también y comido a dos carrillos las Agencias de Evaluación de Créditos (AEC), que fueron las que otorgaron las tres estrellas Michelin que primero empacharon a los bancos y luego a todo el sistema financiero.
Entre 2005 y 2007, bonos por valor de 3 billones de dólares (europeos) recibieron la calificación de AAA, de los cuales el 50 por ciento fueron prontamente rebajados al nivel CCC o pasaron a ser declarados directamente en default, es decir, impagados. Y un buen lote, en el caso de Moody´s, justo el día antes de Navidad, intentando pasarlo de matute en mitad de las celebraciones.
Si tenemos en cuenta que la calificación AAA o Moody´s Aaa, corresponde a una probabilidad del 0,003 por ciento de que se produzca un evento de impago (0,10 por ciento según los criterios más conservadores de Basilea II), podemos juzgar la magnitud de la alegría con que estos instrumentos fueron calificados en su día.
Phil Angelides, presidente de la FCIC, la comisión bipartita demócrata y republicana creada con el fin de determinar las causas de la crisis financiera de 2007, no se anduvo con rodeos a la hora de describir a Moody´s como a triple A factory, que en nuestro vernáculo equivale a: "emitieron calificaciones triple A como si fueran chorizos". Y añade: "Mientras el precio de sus acciones se multiplicó por 6 en el periodo 2000-07, los inversores que depositaron su confianza en la calidad de sus ratings no salieron tan bien parados".
Tal abundancia de ratings de primer rango no es de extrañar si tenemos en cuenta la práctica muy extendida por parte de los emisores de deuda de salir de compras antes de emitir sus bonos o instrumentos financieros estructurados.
Abuso de confianza
Como es de esperar, aquella AEC que concede la mejor calificación es la que se lleva el contrato. Y una vez más se da una disparidad de intereses, el lógico afán de beneficio de la agencia contrapuesto a la calificación que se debería otorgar en justicia al emisor, ahora cliente. Quién gana en esta pugna es una pregunta que el repentino desplome de las evaluaciones (ratings), parece contestar por sí solo.
Es por eso que IOSCO, la organización internacional que agrupa a las Comisiones Nacionales de Valores, hace una serie de propuestas -recogidas posteriormente en las legislaciones aprobadas o en trámite de EEUU, la UE y otros países- que constituyen todo un catálogo de los posibles abusos de confianza en que se ha podido incurrir ante la inoperancia de las autoridades financieras encargadas de velar por el buen funcionamiento de los mercados.
Las más significativas: separar la actividad de calificación que llevan a cabo estas agencias de cualquier otra complementaria de consultoría o asesoramiento a la entidad que solicita su valoración de crédito (rating); impedir que en las negociaciones de los honorarios participen los analistas que luego deberán emitir una calificación de estos instrumentos y, lo que es más llamativo, que los salarios o bonificaciones de estos analistas estén en función del volumen de negocio que la entidad solicitante genere a la agencia evaluadora. Y es que hay precisiones normativas que iluminan rincones insospechados de la ética imperante en sectores que son cruciales para esta sociedad de mercado en la que habitamos.
Que bajen al ruedo
Curiosamente, son estos dos actores destacados de la crisis -bancos y agencias de evaluación de créditos- los que ahora se limitan a torear desde la barrera, poniendo peros a la faena de los Gobiernos europeos que intentan torear un burlaco que este par crió en los jugosos pastos de la codicia y de la irresponsabilidad. Habría que pedirles que bajasen al ruedo y aportaran soluciones. En su día, descendieron apresuradamente de su Olimpo para pedir ayuda. Ahora lo que se espera de ellos es que abandonen ese espléndido aislamiento y sean parte de la solución ya que en su día fueron una parte sustancial del problema.
El euro, por más que les pese a ciertos sectores de la más reputada prensa financiera británica, no va a desaparecer. Es una cuestión de realpolitik. En los próximos 50 años se consolidarán tres grandes bloques de poder económico y político: USA, China e, indudablemente, Europa.
Entre ellos se dirimirán las grandes cuestiones de sostenibilidad, emigración, recursos y gobernabilidad en un planeta superpoblado. Cualquier país europeo por sí solo, incluyendo Alemania o Inglaterra, por no hablar de Holanda, Finlandia etc., no cuenta para nada en la escena internacional sin ese multiplicador de fuerza que se llama Europa. Europa no es una cuestión de gustos, sino de necesidad. Y eso lo saben muy bien los políticos y los poderes fácticos europeos.
A lo que estamos asistiendo ahora es a un ruidoso sainete en el escenario, que prepara un desenlace ampliamente anticipado entre bastidores. La implantación de una política fiscal unificada como propone el gobernador del BCE, Jean-Claude Trichet, y la emisión de un bono europeo que englobe, después de una quita del 20 al 30 por ciento, los bonos contestados de Grecia, Irlanda y Portugal.
Ignacio Nart. Analista financiero.