Del escepticismo a la alarma. Por ahí van las reacciones al manifiesto de salida de Alfredo Pérez Rubalcaba como candidato digital a la Presidencia del Gobierno por el PSOE.
No se trata sólo de propuestas pasadas de moda, en el más rancio gauchismo que ya no se lleva ni en Camboya. Se trata de falta de conocimientos previos, que se evidencia al formularlas, y un presidenciable con la misma ausencia de números que el actual es demasiado hasta para un país rocoso, cuanto más para este barquito de papel en el que navegamos.
¿Acaso desconoce el opositor al jefe de la oposición la cuantía de los impuestos que ya paga la banca? La concesión demagógica a una galería poco dispuesta a reír las gracias no es la que se espera de alguien que suma decenio y medio de miembro del Consejo de Ministros.
Los servicios bancarios suponen el 5,5 por ciento del Valor Añadido Bruto generado por la economía española y sus impuestos superan el 16 por ciento de esa cantidad. Para que se vaya entrenando, que el presidenciable haga los cálculos.
Pero, independientemente de esa falta de óptica o, más bien, ceguera electoral, no se puede amenazar con más impuestos a un sector que ha pasado en menos de dos años de ser un ejemplo de eficiencia y solvencia al problema más importante que tiene la estructura económica española. Por no hablar de la incongruencia insostenible en ayudar a un sector con la mano derecha y vaciar sus arcas con la izquierda, siguiendo la máxima jesuítica, hoy sólo trastorno bipolar, de que una mano no tiene por qué saber qué hace la otra.
Lo más alarmante de su discurso es la creencia subyacente de que los problemas de España son de ingresos públicos y, por tanto, de impuestos. Y el problema no está ahí, sino en el gasto excesivo, desordenado e ineficiente.
El químico aspirante dispone de un arsenal empírico inagotable para saber qué hay que hacer. Estúdielo. Luego diga las bobadas que le convengan.
Hernando F. Calleja. Periodista de elEconomista.
