Las agencias de rating son las nuevas malas de la película. Lo han puesto fácil: eligen el momento para causar impacto en el mercado; cobran por calificar, por lo que antes de la crisis permitieron que se colocase todo tipo de basura financiera; su trayectoria incluye buenas notas para casos tan sonados como Lehman, Enron, Parmalat o las subprime; sus métodos son opacos; y todo ello mientras se olvidan del estado de las finanzas de EEUU y Reino Unido, lo que fomenta la acusación de que se trata de un oligopolio de corte anglosajón dispuesto a dinamitar el euro.
Con razón, el BCE las ha acusado de procíclicas, es decir, se dejan llevar por el humor reinante para alimentar el status quo. Y es verdad que las calificaciones no tienen sentido si hay en marcha rescates y ajustes. Por no hablar de que el augurio de un segundo salvamento luso parece anticiparse mucho justo cuando se han caracterizado por ir muy retrasadas.
¿Es legítimo restaurar su reputación a costa de Europa? Sin embargo, ¿acaso podemos decir que invertir en Portugal es un chollo? Incapaces de vender lo que hay que hacer a su electorado, los políticos de la UE han preferido cargar contra un mensajero no exento de culpas.
Tan sólo esperan a que la coyuntura y los bancos mejoren, y mientras, buscan planes como el francés para comprar tiempo: éste consiste en refinanciar el 70 por ciento de lo que vence hasta 2014 a un interés del 5 al 8 por ciento sin un crecimiento que lo pague.
Y Atenas destinará el 30 por ciento de esos fondos a comprar deuda AAA con la que garantizar la refinanciación. ¿No vemos otra pirámide insostenible sin que lo diga una agencia? El reloj hace tic-tac.