Podría parecer un chascarrillo si no fuera porque es demasiado serio. Hasta hace bien poco, España aspiraba a ser el país con mayor trazado de alta velocidad ferroviaria. Rodríguez Zapatero y su acólito Blanco han pronunciado esa frase, de alto contenido patriótico, muchas, muchas veces.
Ahora ocurre que los caprichos de José Bono cuando mandaba en Castilla-La Mancha -ni un manchego sin AVE a la puerta- hay que pagarlos. El cierre del ferrocarril por falta de uso nos deja una vía muerta, perdida en la inmensidad mesetaria como un monumento a la demagogia y al despilfarro público a partes iguales.
Según los cálculos recogidos en el libro de Germà Bel España, capital París, el coste medio en los últimos desarrollos del AVE oscilan entre los 24 y los 14 millones de euros por kilómetro, costo que ahora queda expuesto al sol y al hielo castellanos.
En el citado libro, el autor explica, además, el nulo o corto impacto que esta infraestructura ha supuesto en beneficio de las poblaciones intermedias por las que discurren los trenes de alta velocidad, porque el resultado del acercamiento de todas las capitales de provincia a Madrid, como en su día alardeaba también José María Aznar, a lo único que lleva es a que Madrid y Barcelona succionen actividad a las capitales que quedan a tiro del "cercanías de lujo".
Lo malo es que nadie se siente responsable del desaguisado y nadie quiere hablar de las crecientes subvenciones -cuantos más kilómetros de servicio, más dinero para esconder las pérdidas- a los viajeros del AVE, en detrimento de otros sistemas de transporte. Y las vías permanecen horas y horas sin uso porque tampoco son compatibles con el tráfico de mercancías.
Y lo peor es que el AVE sigue extendiéndose a pesar de que los secretísimos estudios de demanda anuncian nuevas ruinas de explotación, más subvenciones sistemáticas y más competencia desleal con otros sistemas de transporte.
Hernando F. Calleja. Periodista de elEconomista.