Se han puesto los manguitos, se han calado la gorra de visera y, a la luz de su amarillenta bombilla, están permanentemente confrontando las columnas del debe y del haber. El objetivo marcado por la empresa es que las cuentas cuadren y que los números rojos (sin entrar en sus causas) vayan desapareciendo del libro de asientos.
Esta imagen propia de aquella oficina siniestra de La Codorniz es la que representa, en clave de humor amargo y con mayor fidelidad, a los tecnócratas y dirigentes políticos (por ese orden) de la Unión Europea.
Ese santo horror hacia el déficit junto con el tesón desplegado en la tarea de asegurar que los bancos tenedores de la deuda cobren por encima de cualesquiera otras consideraciones los hacen obsequiosos con el poder, oficiantes de dogmas económicos totalmente ideologizados y todo ello con el aire de mensajeros de la única, verdadera y científica ciencia económica.
Cada mensaje del Fondo Monetario Internacional, la OCDE, el BCE o la UE es siempre el mismo: austeridad selectivamente aplicada para los de abajo. No dejan ni un resquicio a la consideración de que los déficits se combaten también aumentando los ingresos con una política fiscal progresiva. Son tercos, rutinarios y carentes de imaginación; son los frailes de abrojos de esta Europa de los mercaderes.
Hace unos días que han lanzado su nuevo mensaje salvífico: subir el Impuesto sobre el Valor Añadido y el precio de la energía y además rebajar las cotizaciones sociales. Es decir, más de lo mismo: reducir la capacidad adquisitiva de la mayoría de la población y favorecer, sin contrapartida fiscal alguna, a las empresas para que éstas generen empleo. Nada nuevo bajo el sol.
Empecinados cerrilmente en enjugar los déficits y en salvaguardar los intereses de los inversores privados que en los años de beneficios no comparten la ganancia, siguen inmisericordes matando a la gallina de los huevos de oro: los asalariados.
Julio Anguita. Ex coordinador general de IU.