La austeridad , correctamente entendida, no es otra cosa que la virtud práctica aplicada a una acción de administración personal o de gobierno para conseguir los mejores resultados sin detrimento alguno de la eficaz asignación de recursos, en aras de la satisfacción de las necesidades y derechos legitimados por la legislación internacional, los textos constitucionales y el derecho tuitivo.
A la luz de la política anclada en Mäastricht y desarrollada en ulteriores acuerdos y tratados, consistente en la eliminación de los déficits, a través del gasto y nunca vía ingresos, los recortes son ya un denominador común tanto para los llamados conservadores como para los denominados socialdemócratas.
El discurso y las prácticas consiguientes se embozan en la capa y en el lenguaje de Marco Porcio Catón, el Censor, (232 A.C.- 147 A.C.) y hacen pasar por virtud lo que no es sino una opción de política económica caracterizada por la regresión y la vuelta a parámetros que ya se consideraban superados.
Se anuncian las medidas que los nuevos gobiernos regionales surgidos de las elecciones del pasado 22 de mayo plantean poner en marcha, y que no son otra cosa que la aplicación de la directriz general marcada con anterioridad por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.
¿Cómo afrontar la crisis?
¿Qué tiene que ver la austeridad con la privatización de las empresas públicas? ¿Es asimilable el concepto austeridad al de reducción temeraria de costes? ¿Los servicios públicos son un gasto superfluo o un mandato constitucional?
La manera conservadora de afrontar la crisis no es otra que la de intensificar la contradicción entre los derechos sociales y una visión de la economía que necesita de la eliminación de los mismos. Esa contradicción es, hoy por hoy, la que subyace en la crisis de civilización en la que estamos inmersos.
La austeridad como virtud inmanente a una sociedad justa y equilibrada se puede ejercer de otras maneras y con otros contenidos.
Julio Anguita. Ex coordinador General de IU.
