Opinión

Editorial: España, el país del 'low-cost'

La guerra de comienzos de este siglo en España está en el precio. Las cuatro P del marketing son ahora Pasando Penurias por unos Precios en Picado. Poco importa ya la marca, tanto que en los híper la más demandada es la blanca, justo lo que supo ver Mercadona.

Así, Don Simón y García Carrión suben ventas mientras las bodegas se desploman. En la ropa, las rebajas son casi permanentes; las tiendas se transforman en outlets a la vuelta de la esquina y despuntan cadenas antes impensables como Primark, Lefties o las chinas. Las compras online se extienden a todo.

En los coches, hasta regalan la financiación. Y en donde se originó la popularización del fenómeno, en las aerolíneas, las de bajo coste han arrastrado tras de sí al resto en sus políticas de tarifas. Sólo el turismo puede recuperar algo precios tras haberlos primero dopado y luego tirado.

Quien no se adapta al poder adquisitivo no vende, como sucede en la vivienda. En el tabaco, vuelve el de liar y las compañías se han enzarzado en una espiral de precios a la baja azuzada por impuestos... y la batalla llega a los móviles. Acostumbradas a marcar la diferencia con servicios y subvenciones de terminales, Telefónica, Vodafone y Orange podían ser más caros. Antes, el bajo coste denotaba calidades inferiores. Pero eso era cuando el low-cost se asociaba a jóvenes e inmigrantes. Nunca más: ahora incluso se presume de crisis para ir a lo barato.

Así que estas telecos han tenido que ajustarse rápido a la demanda. Deben generar un volumen que compense la caída en márgenes. Como todas, deben aprender que el servicio ha de estar bien diseñado y proveer una experiencia valorada para que se cobre.

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