En la crisis del pepino, puede trazarse perfectamente la incompetencia: el desaguisado comienza en Hamburgo, donde la titular de Sanidad en la región ha provocado el pánico entre los consumidores sin contar con la información suficiente.
Pasa por Bruselas, donde no se han esforzado como deberían en imponer la cordura. Y termina en Madrid, en donde el Gobierno no ha mostrado el aplomo necesario para exigir rápidamente mayor rigor.
Mucho nos tememos que las reacciones hubiesen sido bien distintas si los pepinos tuviesen origen galo. España lleva años comercializando productos agrícolas a escala industrial con todo tipo de controles y garantías.
De confirmarse la inocencia del pepino español, las autoridades germanas deben asumir la responsabilidad y por tanto las indemnizaciones.