Apremiada por el desastre de Fukushima y por el ascenso verde en los comicios regionales, que hace temer al CDU por las generales, la canciller Merkel ha emplazado el apagón nuclear germano para dentro de diez años, dando así un giro a su política energética.
El destierro de la energía atómica elevará la factura energética del contribuyente alemán, y la transición tendrá un impacto en las arcas públicas de unos 40.000 millones. La reacción de Merkel se antoja demasiado expeditiva, habida cuenta de que el riesgo sísmico europeo nada tiene que ver con el japonés.
Parece que el terremoto más temido es el de las urnas. La postura de Merkel resulta demasiado extremista, pues es conveniente un mix energético equilibrado en el que una energía limpia y eficiente como la nuclear tenga su sitio.
Tomada la decisión -irreversible, según el Ejecutivo germano-, los operadores comienzan a revisar estrategias y a planificar inversiones más intensivas en renovables. Gas Natural se plantea disolver su alianza con Enel e invertir 1.200 millones en renovables en solitario.
Y es que la noticia alemana es, para España, una buena noticia, dado el refuerzo de la apuesta por energías verdes como la eólica, que se prevé crezca un 70 por ciento hasta 2020.
Ante este horizonte favorable, es más necesario que nunca que el Gobierno español cree un marco estable en un segmento que puede tirar del empleo y la exportación y que se preocupe de aquilatar costes y ajustar las subvenciones para que no se perpetúen, sino que se vayan reduciendo gradualmente a medida que el sector verde pueda caminar solo. Hace falta control en los incentivos y seguridad normativa.