A nuestra casta política las concentraciones en la Puerta del Sol madrileña y otras ciudades españolas le han cogido con el culo al aire. Resulta patético, si no fuera trágico, el onanismo mental que practican unos y otros, peperos y socialistas, para arrimar el ascua (y ardiente, en este caso) a su mínima sardina. Están encantados de haberse conocido a sí mismos?
Para unos, se trataría de una conspiración judeo-masónica-bolchevique orquestada por ese mago Merlín, mefistofélico que sería el vicepresidente Rubalcaba. Para el melifluo y sonriente Zapatero y su paje José Blanco resultaría una justa queja de una masa social de indiscutible "naturaleza progresista y de izquierdas", cuya decantación electoral debería ser evidentemente el PSOE.
Siguen en la rama más alta de sus higueras. Continúan pensando que el universo comienza y termina en las paredes de las calles Ferraz o Génova.
Ni se han enterado, y doy fe de que es fácil, ya que basta con escucharles. Esas gentes espontáneamente reunidas están rigurosamente hartas de Zapateros y Rajoys, de sus mensajes sectarios, de su ninguna solución, de su enrocamiento en sus privilegios, en sus gastos y en sus fastos.
¡Por Dios, que estaba cantado, antes de que fuera contado!
El CIS, con tozuda continuidad, exponía que tras el principal problema, que era la crisis, el segundo resultaba quien debía sacarnos de ella, la oligarquía política.
Zapatero en sus mítines reclama un voto que precisamente clama contra su absoluta incompetencia, contra su olvido de jóvenes y parados. Porque, que se sepa, quien ha gobernado estos últimos siete años es ZP. E igual desconfianza merece la oposición. Y el sistema político en su generalidad, que se abisma, progresivamente alejado de la realidad social. Tan alejado que nuestros representantes no comprenden ese grito de cólera, de hartazgo y de rechazo que merecen de sus representados.
Sordos y ciegos, pero no mudos.
No se hartan de decir tonterías.
Javier Nart, abogado.