Los mercados ayer volvieron a ponerse nerviosos. Y no faltaron razones. Grecia sufrió una rebaja de su calificación y el comisario Olli Rehn manifestó que Atenas no será capaz de embolsarse en los próximos años los 50.000 millones anunciados con las privatizaciones.
Además, Fitch colocó en perspectiva negativa a Bélgica, y Standard & Poor's a Italia. Y por si esto fuera poco, el crecimiento de la producción en Europa descendió, golpeado por los precios de las materias primas y las interrupciones que originó el tsunami en Japón. Así, no es de extrañar que las bolsas cayesen y que la prima de riesgo de España tocase los 260 puntos, el máximo desde enero.
Siguen las tensiones sobre la manera en que la UE resolverá su crisis soberana y sobre si los líderes europeos continuarán dedicándose a los malabarismos y las chapuzas hasta el punto en el que los problemas sistémicos terminen por explotar.
En el caso de España, la severa derrota de los socialistas ha creado un vacío de poder. Surge la incertidumbre sobre si un Gobierno ahora en funciones será capaz de encarar a los mercados y proseguir con las reformas cuando ha sido desautorizado y su partido se encuentra en plena recomposición.
Lo de menos son las manifestaciones del 15-M y sus posibles resistencias a futuros recortes, la principal preocupación reside en si se enfriará el ritmo del ajuste presupuestario, sobre todo si los ejecutivos entrantes en las administraciones locales y autonómicas destapan un elevadísimo nivel de morosidad y el déficit oculto que se encuentra en empresas y entes fuera de la contabilidad oficial.
De hecho, el crecimiento no tira, y se cuestiona muy seriamente que el Estado pueda lograr sin las privatizaciones el 6 por ciento previsto de déficit al cierre de 2011. En los datos desglosados del PIB, sólo han contribuido el consumo público y un sector exterior aún pequeño, sensible a la competencia foránea y que precisa en su producción de un gran porcentaje de elementos importados.
Hace falta un Gobierno que aglutine la legitimidad suficiente como para hacer frente a las exigencias de reformas. El PP debería buscar cuanto antes el adelanto de las elecciones. Sin embargo, lo más probable es que no se atreva. El análisis detallado de los resultados aún presenta a Rajoy con dudas razonables. Aunque es cierto que el castigo a Zapatero podría haber sido incluso mayor en unas generales, con estas cifras el PP no habría logrado la mayoría absoluta.
Y faltaban cuatro comunidades muy importantes. Además, el único alivio que puede extraer el PSOE de semejante paliza es que de los siete puntos que ha perdido muchos son recuperables, porque se han esparcido entre IU, UPyD, varios partidos regionalistas, la abstención y los votos nulos y en blanco. Es posible que sólo algo más de un punto se haya trasvasado al PP de forma definitiva.
Así que se abre un escenario muy complicado. El PP únicamente estará dispuesto a pactar reformas puntuales que le faciliten su labor cuando acceda al Gobierno y le brinden una cierta imagen de responsabilidad, como la de la negociación colectiva, las pensiones o la reapertura de la reforma laboral, de modo que evite una vez en el poder el enfrentamiento con los sindicatos y la calle.
También tendrá que consensuar todo lo que atañe al sistema financiero, pues esa patata caliente acabará en sus manos. Pero poco más. Hay mucho recortes de actividades superfluas que bien podrían atajarse, pero que los socialistas eludirán porque suponen recortes sustanciales de empleo.
Seguramente Rajoy dejará que el PSOE se queme con lo que tiene por delante. Sin embargo, eso deja al país otra vez a los pies de los caballos, justo cuando los mercados no van a conceder mucho más tiempo.