Hoy se cierran el detalle del rescate luso pactado por el Ejecutivo saliente, la Comisión, el BCE y el FMI. El tercer paquete europeo nace para tres años con 78.000 millones -12.000 para la banca- a un interés del 5 por ciento. Como contrapartida, Portugal afronta duros recortes. Más duros que los que evitó: algo que anotar por otros Gobiernos.
Entre las medidas impuestas, está el acortamiento de 3 años a 18 meses del subsidio de paro, un tijeretazo anual de 8.000 empleados públicos, la aceleración de privatizaciones y alzas tributarias o mermas de beneficios fiscales. Cosas que pasan cuando no se ha sido diligente a tiempo con las cuentas públicas. Es el protocolo habitual: a cambio de la respiración asistida, los ciudadanos encajan un golpe en su calidad de vida para esquivar un cataclismo que arrastre a países expuestos al país vecino -como España, a través de sus bancos- y con ello, a toda la UE. Y esto abre la pregunta que los burócratas europeos no responden. ¿Cómo una economía languideciente puede volver al crecimiento tras ajustes draconianos? ¿Puede un corredor ir más rápido con una mochila más pesada? Se hace inverosímil que los rescatados de la UE puedan acelerar su PIB ante mayores cargas cuando no lo hacían sin soportarlas. Portugal es poco competitivo por su baja productividad, su mercado laboral rígido y un déficit de formación. Nada de esto lo soluciona el rescate, pero la UE gana tiempo, mientras los lusos se ajustan el cinturón... ¿sine die? Grecia y su posible quita no dan buen fario. De nuevo, los rescates se revelan mal diseñados. Les falta una solución de viabilidad para el país. Cómo y de qué manera se puede dinamizar.