Estamos en campaña-precampaña... si en alguna ocasión hemos dejado de estar en ella.
Momento en el que los partidos políticos aceleran su maquinaria publicitaria descerebrante (algunos humoristas aún la llaman "de información política").
Necesariamente, tan cívica actividad requiere que las cajas se encuentren suficientemente provistas para pagar tanto cartel, tanto panfleto, tanto spot, tanto mitin, tanto carajal de más que dudosa eficacia.
Porque los partidos, como cualquier actividad humana, no son viables sin ese trascendental elemento que se llama dinero.
Pues bien, hace unos pocos días el Consejo Europeo señaló con dedo acusador a España por la, llamémosla, oscura financiación de los partidos políticos, advirtiendo del riesgo "particularmente alto de corrupción" en los municipios de más de 20.000 habitantes, donde la opacidad de las cuentas de las agrupaciones locales resultaba paradigmática... y el 25 por ciento de los ingresos de los partidos tiene este origen.
También denunciaba el agujero negro "galáctico" correspondiente a las "independientes" fundaciones vinculables con todos y cada uno de los partidos políticos, cuya contabilidad es un secreto más sólidamente guardado que el de la fórmula de la Coca-Cola.
Y asimismo remarcaba la tan "lógica" como sorprendente negativa de toda información respecto a los créditos que con tanta generosidad los bancos conceden a los partidos, señalando con candidez digna de mejor causa (o mala uva comedida) su muy vulnerable y dependiente posición respecto a tan benéfica banca.
Si a esta falta de información se une la espectacular generosidad de las instituciones financieras en congelar, olvidar o incluso perdonar los créditos con- cedidos, se llega a una doble alternativa: o los bancos son adalides democráticos, hermanas de la caridad, o bien como acreedores marcan la conducta de sus deudores... cuyo principal activo reside en controlar el Boletín Oficial. Escoja usted la mejor solución.
Javier Nart. Abogado.