La economía española ha descendido en la clasificación de las mayores del mundo del noveno puesto al duodécimo. Durante casi 15 años, el país había experimentado un aumento sin precedentes de la prosperidad que, además, había llegado a todas las capas de la sociedad.
En un tiempo récord, los avances de bienestar y de riqueza alcanzados desde la segunda mitad de la década de los años noventa se han volatilizado y hoy aparecen ante los españoles como la nostalgia de una edad dorada. La imagen de aquellos viejos-buenos tiempos lleva trazas de convertirse para el imaginario colectivo en una especie de época irrepetible, de un accidente histórico, de un producto del azar, de un paréntesis en el devenir de un país mediocre, de expectativas limitadas y condenado a ser el socio pobre del club de los ricos. La hipótesis de un largo período de estancamiento planea sobre España.
Sin embargo, esa hipótesis pesimista no se ve respaldada por la evidencia empírica. Durante los últimos 60 años, la historia económica de la Vieja Piel de Toro ha sido la de un extraordinario éxito. Si se toma como punto de referencia el PIB per cápita de EEUU en 1950, España ha sido la economía del mundo, en términos de paridad del poder adquisitivo, que ha registrado un proceso de convergencia real más rápido e intenso, sólo superado por Japón, Singapur e Irlanda.
El PIB per cápita español ha escalado desde el 27 por ciento del norteamericano en 1950 al 74 por ciento antes de la Gran Recesión (ver Summers, R.; Heston, A.; Aten, B. Penn World Table, Center for International Comparisons of Production, Income and Prices, University of Pennsylvania, 2006).
Así pues, a pesar del pesimismo reinante en estos momentos, la decadencia de las naciones no es inevitable.Ésa es una de las principales aportaciones del capitalismo al mundo civilizado: la posibilidad de mantener y extender el bienestar de manera secular. Sin embargo, el desarrollo no es un producto de la casualidad o de la suerte.
Errores del pasado
Es indudable que la economía española no se hubiese librado de los efectos de la hecatombe económico-financiera internacional que se desencadenó a partir de 2007, pero también lo es que la hubiese golpeado con menor fuerza y la habría superado antes si en el cuatrienio 2004-2008 se hubiese profundizado en los programas de disciplina presupuestaria, rebajas impositivas y liberalización de los mercados emprendidos en 1996. Por desgracia, eso no fue así.
El Gabinete socialista no avanzó por el camino de las reformas estructurales y aplicó una política fiscal poco responsable durante el ciclo alcista que no se convirtió en un déficit por el boyante comportamiento de los ingresos tributarios.
El socialismo actuó como si la bonanza fuese perenne, como si el ciclo económico se hubiese convertido en una curiosidad intelectual mientras sus acciones y omisiones han abocado de manera inevitable a una crisis que la debacle de la economía y de las finanzas mundiales, así como la política económica del Gabinete Zapatero, sólo aceleraron y agudizaron.
A menudo, las grandes perturbaciones sacan a la luz la existencia de fallas estructurales en la economía. Esas deficiencias están ocultas durante las épocas de prosperidad y sólo se las concede una atención académica. Cuando la marea desciende, emergen hacia la superficie con una fuerza extraordinaria.
La crisis española no es una excepción. Ha puesto de relieve carencias importantes en las políticas públicas implantadas con anterioridad y posterioridad a la Gran Recesión, pero también la falta de funcionalidad, la obsolescencia de segmentos clave del vigente modelo socio-económico, por ejemplo la legislación laboral, así como de parcelas muy significativas del llamado gasto social tal como las conocemos, léase las pensiones o la Sanidad y las graves restricciones a la política económica derivadas de la organización territorial.
Capacidad de control limitada
En España no hay un Estado fuerte pero limitado, sino muchos mini-estados con amplios poderes de intervención social y económica. Por todo ello, la vuelta a un crecimiento estable y sostenido, la restauración del potencial de crecimiento de la economía, reducido sin duda por la destrucción de capital experimentada durante la crisis, no se conseguirán con simples retoques parciales, sino con un proyecto de revisión y reestructuración de partes sustanciales del marco institucional y normativo en el que opera la economía española.
El país ha mostrado en otras ocasiones una extraordinaria capacidad de reacción si se le dota de un marco de condiciones adecuado para crecer, crear riqueza y empleo. Sin duda, la situación es delicada y la crisis profunda y duradera, pero quizá sirva para extraer de ella una importante y, tal vez, perdurable lección: los Gobiernos han de ser humildes.
Su capacidad de controlar la economía es limitada y, en la mayoría de las ocasiones, el intento de hacerlo resulta dañino. El país necesita una política menos "ambiciosa" que redefina con mayor modestia la misión de los poderes públicos en una economía moderna: prevenir y eliminar la emergencia de circunstancias lesivas para el crecimiento de la economía, de las cuales una de las peores es la existencia de un abultado endeudamiento del sector público.
Plan de estabilidad
Si se acepta éste a priori, el equilibrio presupuestario ha de ser restaurado como el principio regulador básico de las finanzas públicas para establecer un entorno de estabilidad macroeconómica dentro del cual las familias y las empresas planifiquen su futuro, tomen sus decisiones de trabajo, de ahorro y de inversión sin que éstas se vean alteradas por decisiones discrecionales del Gobierno.
Por su parte, corresponde a las políticas de oferta o microeconómicas -como la reforma impositiva, la laboral o la apertura de los mercados a la competencia- proporcionar los incentivos adecuados para estimular la asunción de riesgos, la innovación, la creatividad, la generación de crecimiento, riqueza y empleo.
Se trata de aplicar el mayor grado de libertad económica posible dentro de un marco de firme disciplina financiera, y si bien éste no es el lugar para formular un detallado programa económico, sí conviene señalar que la economía española necesita una profunda terapia liberalizadora y un fortalecimiento institucional. Precisa un Estado fuerte, pero con funciones limitadas.
Lorenzo Bernlado de Quirós: Miembro del Consejo Editorial de elEconomista.