Finalmente, y sin sorpresas, el BCE ha elevado un cuarto de punto porcentual (25 puntos básicos) su tipo de interés de referencia para el resto del sistema financiero.
Pero la noticia no es tal subida, sino la tendencia futura de la política monetaria -también en EEUU- así como el fracaso anunciado -y demasiadas veces contrastado como para seguir cayendo en el error- de ejecutar políticas monetarias expansivas dirigidas a animar la demanda agregada y paliar los efectos negativos de una recesión sobre la actividad y el empleo.
Muchos han señalado el encarecimiento que esta subida supone o supondrá sobre las hipotecas y los futuros préstamos. Pero éstos tienden a referenciarse al euribor o tipo de interés interbancario, cuyo valor mensual a un año sube desde abril de 2010 y lo hace a un ritmo especialmente veloz desde enero de 2011, en parte anticipando el obligado cambio de política monetaria; por lo que los agentes privados llevan ya un tiempo sufriendo en este sentido y la medida del BCE sólo supone el refrendo o aceptación de dicha tendencia alcista, en tanto que no puede soportarse por mucho tiempo -sin volver a las andadas de distorsionar los mercados financieros, se entiende- un tipo de referencia del 1 por ciento y el interbancario al doble y subiendo.
Por tanto, la subida no sólo estaba cantada (incluso por el propio Trichet hace un mes), sino que era necesaria y consecuencia de la política económica llevada a cabo por los Ejecutivos de la eurozona; lo mismo que sucede en EEUU y que tensiona la decisión de la Fed, que pronto terminará subiendo tipos.
La tendencia al alza de los tipos (y no me refiero al establecido por el banco central o tipo de descuento, sino al euribor y los a él referenciados) era algo previsible desde el momento en que, más allá de la mera contención de los primeros momentos de pánico, desconfianza, inseguridad, derrumbe de las expectativas e imprevisión en los mercados financieros, que aconteció entre agosto de 2007 y la quiebra de Lehman Brothers en otoño de 2008, los bancos centrales de casi todo el mundo (sobre todo la Fed y el BCE) siguieron una política monetaria ferozmente laxa, con apertura de barras libres por doquier y la adquisición de cualquier activo o papel sin la más mínima solvencia a cambio de liquidez a mansalva, mientras los Gobiernos se endeudaban en términos récord para cubrir los daños causados anteriormente por las mismas autoridades.
Con ello, más pronto o más tarde, la inflación estaba servida. Igual que antes de la crisis sus señales eran dispares y se reflejaban en activos o bienes diferentes a los que suelen incluir los IPC, como metales preciosos, materias primas, bienes básicos y productos agrarios, etc. Y esa tendencia creciente de los precios ha permitido durante un tiempo -más de un año- aminorar las deudas públicas que engrosaban los Gobiernos y la carga de sus intereses, al tiempo que elevaba subrepticiamente los ingresos impositivos, mitigando sus costes económicos y políticos.
Evidentemente, los registros de inflación medidos por los IPC han sido por un período corto -comparado con el impacto cuantitativo y temporal de la crisis- negativos y los ingresos tributarios han disminuido. Pero eso no quiere decir que no existiesen, a través de las medidas monetarias mencionadas, un empuje al alza de los precios y la inflación (o deflaciones menos severas o prolongadas) y, con ello, una vía recaudatoria alternativa.
Subidas al 2,25%
A partir de aquí todo indica que habrá nuevas subidas de tipos en la zona euro: se esperan otras dos subidas de igual cuantía hasta septiembre y posiblemente un final de año en torno al 2 o 2,25 por ciento. Por parte de la Fed, pronto también se iniciará un recorte en los planes de estímulo monetario y compra de activos a cualquier precio, si bien desde marzo de 2010 esa autoridad monetaria lleva comprados 1,7 billones de dólares en deuda hipotecaria y bonos diversos y aprobó una nueva ronda de recompra por 600.000 millones más hasta junio de 2011, de los cuales los más "atrevidos" -como el errático presidente de la Fed de St. Louis, que no hace mucho alababa tal política y pedía más facilidades- ahora piden recortar 100.000 millones. No está mal, pero es una gota de agua en un mar de despropósitos que pagarán los ciudadanos norteamericanos y de otras partes.
En definitiva, los excesos anteriores de política monetaria, en los que se ha insistido una vez tomadas medidas para aplacar incertidumbres e inseguridades con el erróneo propósito de impulsar la economía, han conducido a este predecible (dado su impacto sobre la inflación) cambio en la política monetaria, que ya estaban descontando los mercados y las instituciones financieras con alzas en los tipos de interés y contención del crédito y que ya estaban pagando familias y empresas.
Como aspecto positivo, las subidas de tipos pueden -dependiendo de su cuantía, duración y adecuación a las condiciones de cada economía- lograr restaurar el desequilibrio entre ahorro y endeudamiento. Y es que, a pesar de todos los desmanes cometidos en aras del interés político, parece que los banqueros centrales a veces logran tener presente que la credibilidad es lo más valioso para cualquier institución. Los políticos lo olvidan o ignoran; y aunque los hechos y respuestas de los agentes se encargan de recordárselo, para entonces ya han hecho mucho daño.
Fernando Méndez Ibisate. Profesor de Economía de la UCM.