Éste es el cuento de unos cerditos a los que visitaba el lobo. Poco a poco, todos caían. Grecia, Irlanda... hasta que le ha llegado el turno a Portugal.
Su banca se ha negado a financiar un euro más al Estado, así que un Gobierno luso en funciones ha tenido que tramitar la petición de rescate, en medio de la incertidumbre sobre si reúne la legitimidad suficiente para gestionarlo.
Hacía tiempo que se daba por hecho el salvamento de Lisboa de las manos del lobo. Una economía pequeña que no había crecido ni en los años de bonanza, con una de las fuerzas laborales menos formadas de Europa, un mercado de trabajo plagado de rigideces y una continua entrada de fondos del exterior que alimentaba alzas sostenidas en sus sueldos, pese a que los desempeños que pagaban bien se podían llevar a cabo en otro país por su escaso valor añadido.
Y ese mismo desequilibrio de la balanza por cuenta corriente financió tanto la deuda privada como la pública, de modo que cuando llegaron las dificultades, el Ejecutivo carecía de munición. Y los ajustes tan sólo fomentaron la recaída. Para colmo, Gobierno y oposición se enfrascaron en la arena política, impidiendo cualquier actuación. Ahora el FMI y la UE tendrán que imponer las reformas. Sólo que derruida la casa, el cerdito parece atrapado en un supuesto rescate que nunca soluciona los problemas de fondo del país. El lobo se ha cobrado otra presa. ¿Seguirá hambriento?
El siguiente en su lista es España. Sin embargo, este cerdito ha tenido tiempo para asustarse y aplicar reformas en su casa. Y ninguno de sus socios quiere verlo caer, por lo que todos se han esforzado en resaltar la solidez de sus cimientos y el inquebrantable apoyo que le prestan. E incluso se ha logrado que países como Japón, Rusia o China acudan a respaldarlo comprando su deuda. Toda la comunidad de vecinos europea está en juego. Ayer, los organismos internacionales daban por salvada a España... siempre que prosiga con las reformas, y eso se plasmaba en unos mercados muy relajados.
Atento a las alertas
Los inversores han discriminado, y este cerdito es bastante más grande. Pero no deberíamos descuidarnos. Al primero que una y otra vez le gusta recordar cuánto queda por hacer es al presidente del BCE. Ayer Trichet subía los tipos tal y como se esperaba, lo que ya estaba reflejado en un euribor al alza. No importa ni que se le recuerde su error cuando elevó el coste del dinero justo antes de la crisis, ni que la subyacente aún permanezca en niveles estables.
No quiere mantener unas situaciones artificiales basadas en unos tipos reales negativos. Se preocupa porque su política monetaria esté evitando que los gobiernos tomen decisiones difíciles. Alemania crece tirada por los emergentes, y los precios del petróleo ya emiten señales de calentamiento.
El Ejecutivo español no puede seguir ajeno a estas alertas. Sus propias previsiones macroeconómicas empeoran, y arrojan unos datos de paro que se estancan. Y eso combinado con un sistema financiero que no concede crédito puede continuar lastrando la economía hacia niveles de crecimiento casi nulos, lo que obligaría, a su vez, a mayores sacrificios en el gasto que pueden mermar todavía más nuestro potencial. Por no hablar de que también se tendrían que subir los impuestos.
Si en algún momento el lobo cae en la cuenta de que no crecemos lo suficiente como para afrontar nuestras deudas públicas y privadas, volverá a por su tajada. De ahí que no podamos acomodarnos.
Aún cabe esperar que las autonomías nos proporcionen más de un mal susto después de las elecciones de mayo, y los procesos de las cajas pueden deparar más fracasos. Hoy, el mercado presenta un aspecto calmado, pero debemos seguir apuntalando mucho mejor todos los cimientos... que son precisamente los del euro.