El Gobierno se ha visto forzado a empeorar sus previsiones económicas para los próximos tres años. Especialmente, la del paro.
Admite ahora que será más grave de lo que contempló, que no empezará a mermar hasta 2012 y que en 2014 no habrá bajado del 16 por ciento. O sea, siete años después la tasa doblará la de mediados de 2007, antes de sumirnos en el fango de la crisis. Desolador.
Y el Ejecutivo no es sincero al entonar este mea culpa en forma de cuadro macro. No casa que tan colosal desempleo sólo vaya a restar dos y tres décimas de PIB a 2012 y 2013 respectivamente.
Puestos a realizar revisiones que no hacen sino redundar en una mayor pérdida de credibilidad, el Gobierno debería ser más serio. Pero consiente en la incongruencia porque admitir una evolución del PIB más acorde con la sangría laboral llevaría implícito asumir un agravamiento del déficit. La recaudación sufrirá las menores rentas del trabajo, la escasa actividad, la caída del poder de compra y la planicie del consumo por la batería de subidas de precios, petróleo y euribor.
Un contexto que huele demasiado a subidas de impuestos como para escribirlo en las proyecciones oficiales. Además, la obligación de contener el gasto para no descuadrar en demasía las dañadas cuentas públicas y poder mirar a Merkel a la cara será otro freno al dinamismo. Lo peor es que el escenario dibujado ayer por Economía implica un retroceso en el potencial de crecimiento.
Algo a lo que no le viene muy bien la subida de tipos que el BCE emplazó para hoy. Si bien el FMI ya aleja de España la posibilidad de un rescate, lo cierto es que muchos riesgos persisten. Para muestra, las cajas.