Opinión

Antonio Papell: La marcha de Zapatero: El fin prematuro de una experiencia precoz

Rodríguez Zapatero ha anunciado, por fin, una retirada digna, presagiada desde hace tiempo, y que sólo en parte está vinculada al serio desgaste personal que padece por causa de la recesión económica.

Nos llevaría a pantanos bizantinos la discusión sobre si ha sido la mala gestión de la crisis o la crisis misma la causante de ese desgaste. Lo más cierto, en todo caso, es que este personaje singularísimo que es Zapatero se hubiera marchado de todos modos, porque, de un lado, su ambición de poder es limitada (un fenómeno poco frecuente en la casta política) y, de otro, no está dispuesto a debilitar las ligazones familiares por esta causa.

En cualquier caso, en esta hora en que cumple comenzar a hacer recuentos, lo más definitorio de su vertiginosa trayectoria de menos de doce años es la precocidad. "Una llegada y un adiós prematuros", resumía ayer con indudable acierto un periodista en la prensa madrileña.

En efecto, ZP llegó con 39 años desde el anonimato a la secretaría general del PSOE en 2000, cuando la vieja guardia había situado al partido socialista al borde del abismo, el PP se hallaba en el cenit y todo indicaba que la travesía del desierto de la izquierda sería larga y trabajosa.

Cuatro años después, tras regenerar el partido y llevar a cabo una meritoria integración de todas las generaciones presentes, Zapatero ganaba contra pronóstico las elecciones generales con más votos que cualquier presidente anterior, cuando las encuestas arrojaban simplemente dudas sobre si el PP conseguiría o no la mayoría absoluta.

Y en 2008 revalidaba su mayoría con facilidad, cuando ya se atisbaban los primeros flecos de la crisis económica, un turbión que nadie en el orbe globalizado pudo predecir y que arrolló a todas las economías del planeta. Y ahora, Rodríguez Zapatero, quien cumplirá 51 años en agosto, se despide también prematuramente, probablemente cuando han de llegarle aún los años de mayor madurez personal e intelectual.

En ese tiempo, Zapatero ha conseguido una sintonía sin fisuras con el aparato de su partido, que se siente plenamente identificado con su persona y con su ejecutoria. Sin duda, podría dar aún la batalla por la continuidad, sobre todo ahora, cuando tras el agravamiento de la crisis portuguesa se hace bien ostensible que nuestro país ha comenzado felizmente la lenta y difícil recuperación, lo que nos permite inaugurar un atisbo fundamentado de esperanza después de tres años de oscuridad y desazón.

Sin embargo, su decisión de retirarse es bien inteligible: si él es en las encuestas la personificación del drama que hemos vivido y del que comenzamos a salir, es lógico que el liderazgo socialista sea ejercido por un nuevo candidato que no haya de sobrellevar este lastre. Máxime cuando es patente que el intento de recuperar el crédito ciudadano al mostrarse como el gran reformador no dará resultados a corto plazo.

Metas alcanzadas

Es difícil evaluar con la nula perspectiva actual cómo será la hornacina que reserve la historia a Rodríguez Zapatero, pero parece evidente que su obra principal -que, por cierto, irrita sobremanera a sus adversarios del otro lado del arco ideológico- consiste en una modernización radical de la sociedad española, en la que la equidad se ha reforzado extraordinariamente y donde la mujer y las minorías de toda índole han conseguido integrarse hasta una gozosa plenitud igualitaria.

Se podrían citar las metas alcanzadas -el nuevo aparato normativo contra la violencia de género, el rescate de los homosexuales, una ampliación general de los derechos civiles, el reconocimiento de la dependencia como uno de los pilares del Estado de Bienestar-, pero lo más relevante, lo que dejará huella, es un cambio difuso de la mentalidad general de este país que avanza hacia la tolerancia, el respeto, el énfasis en la dignidad de todos los seres humanos frente a todas las formas de discriminación e intolerancia.

Sucesión

Y ahora llega el proceso sucesorio. En nuestra joven democracia, falta todavía de experiencia, casi todas las grandes decisiones son aún inéditas e innovadoras, por lo que Zapatero ha tenido que improvisar su anuncio de retirada precisamente ahora, lo que no significa que sea el mejor momento ni que no hubiera tenido quizá más sentido efectuarlo de otro modo.

En cualquier caso, había presiones para que el secretario general aclarase su posición antes del 22-M, dado que algunos líderes territoriales temían que la incertidumbre hiciera de estas elecciones autonómicas y locales un plebiscito sobre ZP. Un temor en cierta medida impúdico, ya que se presta a ser interpretado como una evidente deslealtad.

Zapatero ha optado, en fin, por una solución teóricamente muy simple, pero muy complicada de implementar en la práctica: el mismo 28 de mayo, sábado siguiente a las elecciones del día 22, el Comité Federal abrirá el proceso de primarias para elegir al candidato a la presidencia del Gobierno.

De todos modos, Zapatero piensa concluir la legislatura como jefe del Ejecutivo, y llevar a cabo en este período de casi un año que aún le resta el proceso de reformas pendiente, que el sábado pasado, en su intervención ante el Comité, desgranó con pormenor.

Dudas en el aire

Las dudas e incógnitas que plantea este plan son evidentes. En primer lugar, si el 22 de mayo el PSOE obtuviese un mal resultado, como anuncian algunas encuestas (otros especialistas en sociología política no creen, en cambio, que se produzca un vuelco), la posición del Gobierno sería insostenible, entre otras razones porque seguramente le retirarían su apoyo las minorías periféricas que se lo han prestado.

En segundo lugar, el recurso a las primarias, democráticamente impecable, plantea interrogantes que deberían despejarse antes de abrir el proceso. ¿Tendría sentido que compitieran por el liderazgo representantes de la generación del felipismo -Rubalcaba, 60 años- con representantes de la generación siguiente a Zapatero -Chacón, 40 años-? ¿Es lógico que se abra de nuevo la puerta a la bicefalia, separando el cargo de secretario general, que continuará en manos del presidente del Gobierno, del de candidato a la presidencia? ¿No fue bastante la mala experiencia de la etapa Almunia-Borrell?

Y, finalmente, ¿no hubiera sido más razonable celebrar en julio el Congreso ordinario del partido para elegir a una nueva dirección, reflexionar sobre la coyuntura e impulsar el nuevo liderazgo con toda solemnidad y apelando al órgano soberano del PSOE?

Las preguntas no tienen por ahora respuesta. Si bien es evidente que de cómo organicen los socialistas las primarias, de que logren evitar los enfrentamientos cainitas, y de que consigan preservar la unidad del partido tras un nuevo líder dependerá el resultado de las próximas elecciones generales, en las que Mariano Rajoy parece tener todas las opciones? a menos que alguien con envergadura e ingenio termine poniendo en evidencia la decepcionante atonía y el inquietante vacío de propuestas que se oculta bajo el liderazgo de la oposición.

Antonio Papell. Periodista.

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