Opinión

Editorial: Zapatero propicia el alivio que necesita la economía española

La renuncia de José Luis Rodríguez Zapatero a ser candidato del PSOE en las próximas generales supone un bálsamo para la economía española, cuya única salvación pasaba necesariamente por su marcha.

No se va a inmolar, pues, como muchos creyeron, dejando hechas unas valientes reformas para luego irse. Se inmola, en todo caso, para seguir controlando el postzapaterismo, dejando la ardua tarea de encauzar la economía a quien le suceda en Moncloa. O sea, ni por su familia, ni por los ajustes.

El proceso que abre su marcha despierta muchos interrogantes e incertidumbres. No podemos creer, como indicó el sábado, que cuando accedió a la Presidencia, en plano apogeo del talante, ya contemplaba que dos legislaturas serían suficientes.

Si la economía le hubiera sonreído y su gestión hubiera sido certera, su continuidad no habría centrado el debate. Por sus pretextos le conoceréis... y el de Zapatero ha sido la familia, un factor al que no atribuiría su abandono si el resultado de sus políticas hubiera sido exitoso. No hubiera perdido ocasión de irse diciendo que hizo lo mejor y que, dejando tan valioso legado, se disponía a pasar el testigo.

Otro de los puntos en los que apoya su marcha es el de las reformas, bajo el engañoso ángulo de pretender que ahora estará en disposición de abordar las que resten. Prácticamente podemos darlas por cerradas. Ni quedan tantas ni podrán ser de calado ni cuenta con tiempo material para implementarlas en un año dada la agenda política de los próximos meses. Los comicios del 22-M están a las puertas y su resultado puede condicionar el apoyo que le brinden posteriormente las minorías que ahora respaldan en el Parlamento sus decisiones.

Pasada esa fecha, el PSOE afronta un proceso complejo hasta designar al sucesor, con primarias de por medio. No parece el mejor escenario para centrar esfuerzos en unas medidas profundas que no se tomaron ni siquiera cuando el Ejecutivo socialista gozaba de mayor tirón y el desgaste no había pasado factura; unas decisiones que dilató y diluyó incluso bajo máxima presión. Un líder más débil, con su credibilidad en mínimos y un pie fuera de la escena política carece de la autoridad necesaria para actuar en las 21 materias que el sábado planteaba como plan de acción.

Son las mismas que tiene pendientes desde el comienzo de la crisis. No va a dar ningún vuelco ya en el caos de las cajas. Sólo quedan retoques en materia de negociación colectiva, donde no ha sabido ejercer su labor de legislar ante los tira y afloja de sindicatos y patronal.

El presidente abandona, víctima de la crisis, queriendo vender que deja la economía a las puertas de la recuperación. Pasa a centrarse en el partido, donde quiere asegurarse el control de la nueva era y el proceso de relevo. Por eso se aferra a la secretaría general del PSOE, para tener control sobre las listas, las primarias y el congreso decisivo.

No se apunta al dedazo, como Aznar con Rajoy, pero tampoco dejará al albur su sucesión. Algo que impide dar por hecho que el curtido Rubalcaba, en el momento más vulnerable para su popularidad, sea el delfín. Queda casi un año hasta que el nuevo candidato socialista se mida en las urnas. Se antoja un periodo demasiado largo para la actividad y el empleo.

Algo que no afecta a esos grandes empresarios que invitaban al presidente a permanecer hasta el final en aras de una estabilidad que no les atañe en demasía: obtienen la mayoría de sus beneficios fuera. Zapatero acierta al marcharse, pero debería hacerlo cuanto antes. Ya ha hecho perder mucho tiempo a nuestra economía.

Al menos, queda el alivio de librarnos de un mal gestor que ha jugado con la credibilidad de España.

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