La Policía de Maguncia ha entrado en un almacén siguiendo la pista de sospechosas importaciones desde la República Popular China. Y se ha encontrado con decenas de esculturas del acreditado artista Giacometti? más falsas que Judas.
Estas piezas pusieron en alerta a las autoridades alemanas por su sorpresiva aparición en el mercado, donde numerosos incautos fueron engañados.
Tanto los burlados compradores como los supuestos expertos que las contemplaron habrían quedado extasiados ante la extraordinaria calidad de aquellas obras? hasta que descubrieron que la firma no era tal firma. E inmediatamente del orgasmo estético se pasó al desprecio olímpico.
No hace tanto, un fantástico falsificador húngaro, Elmir de Hory, se hartó de fabricar obras maestras del impresionismo que se expusieron en las más importantes mansiones, en museos de todo el mundo. Y, descubierto el fraude, se repitió el esperpento de que lo que había sido admirado resultó despreciado.
Historia continuadamente repetida al haberse transformado el arte en mercado, de modo que se valora la atribución por encima del propio valor del objeto. De la creación.
Pero la Carga de los Mamelucos de Goya o La Venus de Velázquez seguirán en mi consideración, tanto sean de estos pintores como si se descubre que en realidad quien arrimó los pinceles fueron desconocidos barandas.
Antes de morir, Dalí firmó centenares de hojas en blanco que pueden ser completadas con dibujos que resultarán auténticos? aunque no lo sean.
Dalí nos ha obsequiado con su última pirueta surrealista: nuestros memos ilustrados se enfrentan al dilema de dar por bueno el arte sospechoso o despreciar el posiblemente auténtico al resultar irrelevante la rúbrica.
Por tanto, hoy, aquí y ahora, lo trascendente en la valoración o la estimación es el sujeto más que el objeto. Y otro día les hablaré de cómo la escalera y la brocha, olvidadas por un pintor en una exposición, fueron admiradas por decenas de imbéciles.
Javier Nart. Abogado