El largo y tortuoso camino hacia la reestructuración del sector de las cajas deriva ahora en una clara disyuntiva para las entidades: malvender en el mercado o acudir al dinero público.
Ofrecerse al inversor comportaría voluminosos descuentos sobre el valor en libros, de hasta el 70 por ciento, lo que hace más ventajosa la solución del Frob. Así, el fondo tendrá una presencia media del 40 por ciento en el capital de las cajas, lo que no conllevará una cesión de control que sí se produciría si fueran adquiridas por inversores institucionales privados.
La clave de que el Frob sea el clavo ardiendo al que agarrarse es que la mayoría de las cajas no se ha saneado, el mercado lo sabe y desconfía de su foto financiera. Casi todas han evitado sufrir los dolores de un ajuste y se han limitado a barrer bajo la alfombra y encalar sus agrietadas paredes. Ello, unido al exiguo tamaño de muchas, despierta la desconfianza y penaliza el precio que pagaría cualquier eventual comprador.
Salvo excepciones, como Bankia, que sí practicó un saneamiento, o el rediseño de La Caixa, el resto afronta, en mayor o menor medida, la nacionalización parcial y temporal como la vía más sensata. Al fin y al cabo, urge la recapitalización del sector y su limpieza. Ni el Gobierno ni el Banco de España han arbitrado mecanismos que disciplinaran a las entidades y materializaran el mea culpa en los balances.
El dinero público del Frob ha sido su única cataplasma para el sector. Tiene la sola virtud de haber acabado con el modelo de cajas tal como era, aunque aún persisten muchas lacras del pasado.