Estoy abrumado al ver las imágenes que nos llegan desde Japón. Apenas se ha producido el desastre, un obvio desastre natural que nadie hubiera podido evitar, la oposición se ha lanzado a la calle gritando contra el Gobierno mientras sindicatos, organizaciones cívicas y diversas instancias lo acusaban de su incompetencia por no haber detenido en el aire la ola del tsunami. No sólo eso.
Cambiando de canal en canal, he comprobado con sorpresa que los más diversos periodistas no sólo conocen los medios más variopintos para enfrentarse con esas catástrofes, sino que además han subrayado hasta la saciedad que la culpa descansa no sólo sobre el Gobierno, sino también sobre el difunto emperador Hiro-Hito, responsable, como se sabe, de un desastre bélico que Japón padeció hace más de 60 años.
Incluso hay una cadena de televisión que ha anunciado su intención de realizar el programa de Nochevieja desde una de las costas afectadas. Al parecer, lo presentará una periodista de orejas de soplillo que recuerda a un Seiscientos con las puertas abiertas.
Por añadidura, los gobiernos regionales están enviando a grupos de jóvenes a las costas para salvar las aves marinas que han sufrido el impacto de las aguas. Reconozco que las imágenes de alguna gaviota empapada sobrecogen.
Y lo que ya me ha causado el estupor más absoluto ha sido contemplar cómo los manifestantes en algunas ocasiones se desvían de su ruta para irrumpir en los grandes almacenes y saquearlos. De hecho, he llegado a ver cómo la gente salía con televisores e incluso con algo que se parecía a un jamón.
Viendo todo eso, ya me pueden hablar del sushi, del zen y de las geishas, pero nadie me va a quitar de la cabeza que los japoneses son un pueblo de bárbaros. Sobre todo, a uno se le ponen los pelos como escarpias cuando profieren a voz en cuello y con gesto airado: "¡Nunca mais! ¡Nunca mais!".
César Vidal. Historiador y director del programa La Noche de Es Radio.