Opinión

Lorenzo Bernaldo de Quirós: Las consecuencias económicas del terremoto

El terremoto que ha sacudido de manera brutal el Japón, el más fuerte registrado en la zona desde hace un siglo, no sólo ha causado un ingente daño en términos materiales y humanos, sino una seria alarma por su impacto sobre la central nuclear de Fukushima.

Esto significa que a los efectos de índole material causados por la catástrofe se añaden los temores sobre la seguridad de las centrales nucleares ante la irrupción de un shock natural, como el experimentado por el Imperio del Sol Naciente.

Aunque esta cuestión reabrirá, de hecho ha reabierto, el debate alrededor de los costes y beneficios de la energía procedente del átomo, en estos momentos una de las cuestiones centrales es analizar y evaluar las potenciales consecuencias económicas del seísmo que ha asolado Japón. El tamaño de la economía nipona y su implicación en la economía global plantean el interrogante de si la situación creada en ese país por el seísmo constituye una perturbación sobre las perspectivas de recuperación económica internacional.

El anterior terremoto soportado por Japón fue el de Kobe, el 17 de enero de 1995. Aunque su magnitud, medida en Escala Richter, fue inferior al de Miyagi, su impacto económico parecería a priori mayor.

La razón es que golpeó a una de las mayores áreas urbanas e industrializadas del país y al sexto puerto de mercancías más grande del mundo, que fue totalmente destruido y que, pese a una masiva operación de reconstrucción, no ha vuelto a recobrar la importancia que tuvo en el pasado. El yen y el mercado de valores fueron los primeros mercados en reaccionar ante el seísmo. La divisa se apreció a causa de la repatriación de capitales realizada por los inversores y las compañías japonesas.

El yen alcanzó su punto máximo de apreciación frente a la valuta norteamericana en abril de 1995, 83,7 yenes por dólar, y luego comenzó a depreciarse hasta situarse en 144.87 yenes por dólar en agosto de 1998. La bolsa se ajustó a la baja con rapidez en ese año, mantuvo una tendencia bajista hasta mediados del ejercicio, y no se recuperó hasta junio de 1997. El PIB, que se había contraído un 0,69 por ciento en el cuarto trimestre de 1994, creció un 0,8 por ciento en el primero de 1995 a pesar del terremoto.

En términos globales, el seísmo costó 100.000 millones de dólares en pérdidas económicas directas y 3.000 millones en costes de aseguramiento.

En principio, los efectos económicos del seísmo de Miyagi, distrito que representa un 1,7 por ciento del PIB japonés, serían menores a los que se produjeron en Kobe, que representaba un 4 por ciento del PIB de Japón, y se concentran en los quebrantos causados en las infraestructuras y en el sector energético. En Japón, un 35 por ciento de la producción de electricidad tiene origen nuclear y un 30 por ciento de ésta se ha visto golpeada por el seísmo.

Además, existe un alto grado de incertidumbre sobre dos temas centrales: la estimación real y la posible extensión de los daños soportados por la planta nuclear de Fukushima y el tiempo que lleve a la producción y a la distribución de bienes y servicios reactivarse. En el corto plazo, las principales secuelas del terremoto se traducirán en un descenso del crecimiento de la economía, en un aumento de la deuda pública, que es ya muy elevada, y en un repunte de la inflación.

Sin embargo, más allá de ese espacio temporal inmediato, la situación debería mejorar impulsada por los esfuerzos de reconstrucción realizados por el sector público y el privado, especialmente por la inversión en infraestructuras.

Uno de los interrogantes claves en un escenario de esta naturaleza es el efecto del terremoto sobre el mercado de seguros y de reaseguros. Es obvio que, si las compañías internacionales de esa industria tienen una alta exposición de riesgo en el Japón, se verían enfrentadas a una delicada situación, esto es, a un peligro para su solvencia. Sin embargo, esta hipótesis se ve debilitada por un hecho.

Como ha señalado Geoffrey Yu, de UBS, la experiencia enseña que cuando los perjuicios causados por un terremoto exceden los 75.000 millones de yenes, el Gobierno cubre entre un 75 por ciento y un 90 por ciento de los costes. Esto limita de manera extraordinaria la generación de un riesgo sistémico derivado de la obligación de las aseguradoras y reaseguradoras de hacer frente a los costes del seísmo. La mayoría de los analistas sitúa el riesgo para esas compañías en unos 1.500 millones de yenes.

Si esto es así, la amenaza para los mercados financieros del terremoto se reduce de manera sustancial.

Por último, hay que relativizar las implicaciones de una caída del crecimiento japonés sobre la economía mundial. Desde hace tiempo, Japón ha dejado de ser un motor de la actividad económica global e incluso del crecimiento asiático. Ese papel ha pasado a ser desempeñado por gigantes como China o India en el escenario planetario y junto a ellas por Corea del Sur o Taiwan, por citar dos casos emblemáticos en Asia.

Desde esta perspectiva, el largo declive japonés, en términos relativos, limita y empequeñece el impacto sobre la economía de un período de estancamiento -consolidado de facto desde hace casi dos décadas- e incluso de recesión en Japón, éste es un hecho que se olvida con demasiada frecuencia.

En conclusión, el drama humano y el pánico nuclear generado por el terremoto de Miyagi son comprensibles y merecen la solidaridad de todas las personas bien nacidas. Sin embargo, es cuestionable que el seísmo tenga implicaciones económico-financieras que pongan en peligro la recuperación de la economía mundial y, en concreto, de Asia, la región que está tirando del crecimiento internacional.

Lorenzo Bernaldo de Quirós. Miembro del Consejo Editorial de elEconomista.

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