Empresarios y sindicatos viven enfrascados en la búsqueda de un "envoltorio semántico" que sirva para cambiar lo mínimo la negociación colectiva pero que funcione en una frase que aparente ante nuestra evaluadora, Merkel, que se han acometido cambios en el modelo.
Todo apunta a que una vez más se practicarán retoques que en esencia dejen todo prácticamente igual. Y esto ocurre porque Zapatero no asume su atribución y deber de gobernar. Máxime en aquellos ámbitos espinosos que atañen a veleidades sindicales y patronales.
Al parecer, la evolución de los salarios seguirá vinculada a la inflación, pero incluyendo un factor que tome en cuenta la productividad, reconociéndose acto seguido la dificultad de cuantificar esta última. Para compensar, se flexibilizará el que las empresas se descuelguen de esa referencia en función de sus circunstancias particulares y coyunturales.
Es positivo cualquier acercamiento de la negociación colectiva a la empresa, pero resulta insatisfactorio acometer una redefinición del sistema sólo para enardecer el descuelgue sin abordar cambios estructurales, pudiendo hacerlo. Y se malgasta la ocasión porque el actual procedimiento de indexación sectorial o regionales, para los agentes sociales, un vivero estratégico con el que adocenar y modelar el mercado.
Demasiado para dejar de plantar cara al Gobierno y permitir que sus estructuras, que viven de esto, pierdan protagonismo en la fijación del precio del trabajo.
Por eso, el Ejecutivo debe abrazar ese propósito de prescindir del consenso ante reformas cruciales. Si no, aunque encuentre el eufemismo para Merkel, la canciller leerá entre líneas.