Opinión

Gregorio Izquierdo Llanes: Los 'riesgos' del alza del petróleo

El encarecimiento del petróleo perjudica gravemente la actividad económica de los países que lo importan, la llamada estanflación.

Es lo que se llama una perturbación negativa de oferta, dado que el aumento de los costes energéticos genera una caída de la producción, precisamente de aquella que resulta menos competitiva con la nueva estructura de costes relativos.

La desaceleración de la actividad económica resultante del choque petrolífero se agrava cuando la estructura productiva de un país es más intensiva en petróleo que la de sus competidores, como en alguna medida le sucede a España. El resultado es que se corre un mayor riesgo de ver desplazadas nuestras producciones en los mercados mundiales debido a su encarecimiento relativo.

Si la subida se mantiene en el tiempo, la demanda acaba viéndose afectada, especialmente el consumo, porque ante la necesidad de destinar un mayor porcentaje de la renta a la compra de los encarecidos bienes energéticos (cuya demanda es relativamente rígida a corto plazo), se reduce la renta disponible para el resto de bienes.

El proceso provoca una transferencia de renta desde los países consumidores a los productores; los primeros se ven obligados a destinar una mayor parte de su producción para obtener la misma cantidad de importaciones de petróleo.

La peor cara del encarecimiento energético suele manifestarse a través del proceso de formación de salarios. Las empresas más intensivas en mano de obra suelen ser más propensas a sufrir las perniciosas espirales de precios y salarios.

El resultado inevitable de esta retroalimentación de la inflación y de las variables nominales es que se trasladan a las variables reales, con fuertes pérdidas tanto de la producción como el empleo.

Si los agentes sociales intentaran recuperar a través de los convenios colectivos el empobrecimiento que les supone la inflación derivada del choque externo, por ejemplo indiciando los salarios con la inflación pasada, se corre el riesgo de alimentar espirales alcistas de precios-salarios, lo que puede convertir en permanente -sobre todo en términos de pérdida de actividad y empleo- un shock en principio transitorio.

Si se opta por la solución contraria, es decir, si las rentas salariales absorben el choque petrolífero a través de menores subidas de los salarios, el impacto del aumento del precio del crudo sobre la formación de márgenes se superaría más fácilmente, con lo que el ajuste sobre el empleo sería menor.

Que el ajuste recaiga más sobre el trabajo que sobre el capital no es una cuestión sobre la que se tenga capacidad real de elección, ya que en economías abiertas, con mayor movilidad de capital que de trabajo, en todo caso el ajuste lo soportará éste último.

El capital, en efecto, siempre tendrá la alternativa de obtener la rentabilidad mundial ajustada al riesgo que en otros destinos se le ofrece. Donde se tiene margen de elección es en el plazo en que se reparte el impacto exterior, ya que cuanto antes se absorba, su cuantía será menor.

En general, cuanto más flexibles sean los mercados laborales, los efectos del shock exógeno se manifestarán más en forma de bajadas de precios-salarios y no cantidades-desempleo, amortiguando así la génesis de tensiones inflacionarias y de desempleo, fenómenos ambos que intensifican y prolongan los ciclos recesivos.

Se deben tener presentes las enseñanzas de la crisis petrolífera de los 70. Si se utilizan los déficits públicos para compensar la caída de la oferta, se amplifican sus efectos sobre la inflación, el déficit exterior y más en particular sobre los tipos de interés.

En este contexto, lo prudente suele ser que se contribuya a contraer la demanda mediante políticas fiscales estabilizadoras, descargando a la política monetaria de necesidades de fuertes endurecimientos y contribuyendo a reducir los tipos de interés a largo plazo, como mecanismo para que se faciliten las inversiones que el tejido productivo debe hacer para adaptarse a la pérdida de competitividad.

En todo caso, el encarecimiento energético normalmente condicionará al BCE, que para minimizar los efectos inflacionarios de segunda ronda, si la subida de los precios del petróleo se mantiene en el tiempo, puede verse obligado a anticipar el endurecimiento de la política monetaria, -ahora los tipos de interés reales son negativos-, lo que perjudica especialmente a un país tan endeudado como España.

El impacto petrolífero es mayor

La alternativa tampoco es positiva, si ante el encarecimiento del petróleo no se endurece o incluso se expande la política monetaria, en el corto plazo se reduce el impacto del choque, pero la mayor inflación resultante de esta estrategia acabaría por traducirse en una elevación mayor de los tipos de interés reales de la eurozona, lo que unido a una situación de pérdida de competitividad y falta de ajuste desembocaría finalmente en el medio plazo en una recesión aún más intensa y duradera.

A partir de estas reflexiones, y teniendo en cuenta que su nuestro menor grado de flexibilidad económica hará más dificultosa la absorción del proceso, esto provoca que el impacto real del choque petrolífero sea mayor. La magnitud de todos estos efectos es del todo significativa. Se ha estimado que en España por cada 10 dólares que sube el precio del barril de petróleo de forma permanente se pierde de un orden de dos a tres décimas de PIB real y la inflación aumenta en 4 décimas.

Ante una crisis petrolífera en la que aumentan los costes y en el corto plazo la demanda no varía, aunque algunos intenten trasladar a precios sus mayores costes, la mayor parte se verá obligada a sufrir una contracción de sus ya negativos márgenes.

No debe aquí olvidarse que los beneficios son el cauce a través del cual se genera la reproducción ampliada del capital que posibilita el aumento de la productividad y el crecimiento económico.

Es por ello que resulta tan importante en momentos como los actuales que se acepte el empobrecimiento que hemos sufrido y nos centremos en la mejora de la productividad y de la eficiencia como únicos mecanismos para recuperar el trecho perdido de forma duradera y sostenible en el tiempo.

Gregorio Izquierdo Llanes. Director de Estudios del IEE. Profesor Titular de Economía Aplicada de la UNED.

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