Opinión

Tony Blair: La religión importa: no se entenderá Oriente Próximo sin comprender su fe

Un nuevo tipo de debate está cobrando forma. Puede girar en torno a la inmigración o el proteccionismo, pero sobre todo tiene que ver con cuestiones relacionadas con la cultura y la integración, y en conjunto es más vigoroso y potencialmente más volátil.

En Oriente Medio, versa sobre si Occidente respeta de manera fundamental o no la religión del Islam, y el conflicto Israel-Palestina está atrapado en él.

En Europa, versa acerca de si nuestra tentativa por integrar culturas ha triunfado o no; y en la medida en que existe la percepción de fracaso, si nuestra generosidad a la hora de permitir la inmigración y fomentar el multiculturalismo ha sido explotada.

Aquí se intuye a menudo que las naciones anfitrionas son injustamente explotadas por aquellos que quieren los derechos sociales de Occidente, pero no sus valores. El desafío económico está agravando el cultural.

A la hora de confrontar este reto, la democracia y el cambio económico no bastan. También hay un reto social. ¿Queremos sociedades que sean abiertas hacia aquellos que tienen religiones y culturas distintas a nuestras propias tradiciones?, ¿o queremos, frente a la inseguridad y la crisis económica, cerrarnos al exterior, buscar lo que algunos llamarían nuestro interés primero y por encima de cualquier otra consideración?

Y si queremos sociedades abiertas, ¿cuáles son las condiciones para que prevalezca esa apertura? La lección que aprendemos de forma inequívoca, con gran diferencia, del pasado de Europa es que cuando nos cerramos perdemos. Y si ése fue el caso en tiempos pretéritos, cuánto más hoy en la era de vertiginosa globalización en la que las tecnologías, los medios de masas y las redes sociales están contrayendo el tamaño del mundo.

Pasa lo mismo en Oriente Medio. Hay tres elementos en juego. Uno son los regímenes, aliados de Occidente a menudo, seguros de necesitar mantener un control estricto sobre sus poblaciones, porque de lo contrario fuerzas radicales, y por lo demás incontrolables, con una forma estrecha de ver el mundo, serán liberadas para sembrar el caos. El segundo son las propias fuerzas y el tercero es un grupo de ciudadanos a los que podría llamar modernizadores.

Mantienen una postura abierta política, económica y socialmente. Deberíamos estar alentando claramente una evolución constante de esa tendencia modernizadora. Muchos de los gobernantes de esa región querrían ver una evolución así.

La fe, determinante

Sin embargo, ellos operan en una zona donde la religión ocupa un espacio vital de la sociedad, por no decir determinante. Pregunte lo importante que es la religión en la vida cotidiana de la población de Europa y la respuesta rondará el 30-35 por ciento. En Oriente Medio es el 90-95 por ciento.

Si no se comprende la fe en Oriente Próximo, no se entiende Oriente Próximo. En la medida en que estos cambios recientes modifican la región, la forma en que ésta afecte a esa transformación es profundamente significativa. Si la democracia trae consigo una postura abierta no sólo a la economía, sino a la sociedad y la religión, ello será enormemente benéfico. De lo contrario, agravará la sensación de inquietud y alienación entre Oriente y Occidente.

La parte de la política en Oriente Medio que brilla por su ausencia es la interreligiosa. Porque si la inquietud es que los musulmanes consideren que al Islam se le ha faltado el respeto por parte de Occidente, la respuesta es participar de un diálogo que demuestre que no es así. Esto empieza en la escuela, debería analizarse y debatirse en las universidades y apoyarse en un intercambio político, social y cultural.

El motivo por el que la religión resulta importante es que tiene que ver con mucho más que con la religión. Tiene que ver con la historia, la cultura, la tradición, la identidad, la sensación de pertenencia y de importancia. Se trata de la filosofía de la vida. Es el espíritu, no la carne.

Si Oriente Medio da lugar al relevo político, sin cambio social basado en una mentalidad abierta hacia los otros, entonces habrá sido una revolución a medio hacer y sin rematar, y el cambio económico, tan vital para impulsar la situación de las poblaciones, se quedará corto de igual forma.

Tal cambio no puede llegar sin que el Islam y, en la práctica, todos nosotros aceptemos la realidad del siglo XXI. Es, por tanto, nuestro deber en este momento dialogar, abrir nuestras propias mentes en lugar de cerrarlas, avanzar las causas de la justicia y la paz; hacer frente común con los modernizadores y darles esperanza; es su deber liderar, responder al diálogo, manifestar ese respeto, e igualmente entre personas de todas las religiones y de ninguna. Es un propósito compartido.

Necesario el cambio

Este cambio puede ser administrado con el tiempo y con atención, pero tiene que producirse. De lo contrario, hago la siguiente predicción. Hasta con democracia, los de Oriente se sentirán, en el fondo, en hostil competencia con Occidente por ver cuál es la cultura que domina. Y los occidentales reaccionarán a esta hostilidad intuyendo que se tienen que defender.

El resultado será un enfrentamiento en el que las mentalidades abiertas se sentirán desautorizadas y las cerradas tomarán el relevo. Basta con echar un vistazo a la historia: esos enfrentamientos siempre acaban en lo mismo. En el peor de los casos, existe la posibilidad de conflicto.

Ése es el motivo por el que, incluso con toda la incertidumbre y la inestabilidad del momento, deberíamos manifestar un renovado compromiso con la seguridad del Estado de Israel y la dignidad de la independencia de los palestinos.

Éste es el momento de demostrar que si la paz entre israelíes y palestinos se encuentra en un callejón sin salida, existe una inmensa voluntad de eliminar el bloqueo y seguir adelante. Es hora de que nuestras ambiciones sean audaces al margen de lo difíciles que sean de realizar.

Pero aunque las circunstancias de Oriente Medio puedan ser únicas, la misma necesidad de entender la importancia de la religión se puede encontrar en todos lados. En China, donde hay más musulmanes que en Europa, más católicos practicantes que en Italia y alrededor de 100 millones de budistas, la fe marca las vidas de muchos.

El caso es igual, por supuesto, en la India. Lo mismo se podría decir de Latinoamérica; e incluso si la cifra de fieles practicantes en Europa es inferior, la importancia de la cultura judeocristiana es palpable. ¿Quién puede decir que la creencia religiosa no cuenta en Estados Unidos? ¿Un ateo sería elegido presidente? Probablemente no.

Adondequiera que se mire hoy, la religión pesa. La fe motiva. Comprender la fe, a sus fieles, sus corrientes, sus estructuras puede ser igual de importante que entender el producto interior bruto de un país, sus sectores de negocio, sus recursos. La sensibilidad religiosa es igual de importante que la racial o sexual. Para los políticos, los empresarios o la gente corriente interesada, conocer la perspectiva religiosa de un país es una parte esencial para entenderlo íntimamente.

La globalización está catalizando todas estas tendencias. Cuando me piden que defina las principales características del mundo actual, les digo: su velocidad de cambio.

Los movimientos, los cambios bruscos de opinión, las olas de transformación que surgen cobran fuerza y se estrellan contra nuestras posturas o nociones preconcebidas a velocidad asombrosa. O hacemos ajustes, o nos arrastran.

Tony Blair. Ex primer ministro de Reino Unido.

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