Opinión

Joaquín Leguina: Desprestigio

La llamada clase política no ha tenido en el pasado demasiado prestigio entre la ciudadanía, pero a algunos políticos españoles se les han reconocido sus méritos incluso antes de ingresar en el cementerio. Eso sí, siempre después de abandonar el cargo.

En este sentido, el caso del ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez resulta paradigmático. Descalificado por sus adversarios (tahúr del Mississippi, caballo de Pavía...) cuando era presidente, traicionado y calumniado por sus compañeros de UCD.

Hoy nadie le niega su valentía y buen sentido como conductor principal de la Transición que llevó a España desde una dictadura a una democracia.

A juzgar por las múltiples encuestas de opinión, la desconfianza que tienen los electores respecto a los políticos es hoy altísima y el desprestigio de los políticos entre sus conciudadanos ha alcanzado unas cotas parejas a las del Himalaya. Esta peligrosa deriva tiene, a mi juicio, dos causas principales:

1) La poca o nula experiencia laboral y profesional de los nuevos políticos, alimentados muchos de ellos con la sola dieta burocrática de sus propios partidos. Una pobreza curricular que les hace propietarios de unos discursos tan previsibles como planos.

2) Lo que los especialistas llaman campañas negativas, en las que están metidos de hoz y coz (nunca mejor dicho) los grandes partidos españoles.

El método es el siguiente: se le niega el pan y la sal al adversario, atribuyéndole una total incapacidad para gobernar, intereses espurios, corrupción, y malas intenciones. En suma, se viste el maniqueo y se convierte al adversario en enemigo.

Con ello no se busca captar electores del otro lado; se intenta, tan sólo, desanimar a esos electores. No se trata de convencer a nadie, sino de maltratar al oponente.

Estas malas prácticas conducen inexorablemente a la polarización y al sectarismo. ¿Y quién monta todo este tinglado depredador? Unos delincuentes sociales que reciben el nombre de asesores de imagen y que cobran grandes cantidades de dinero por sus miserables consejos.

Joaquín Leguina. Estadístico.

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