Nunca estudié economía, pero mi lógica siempre navegó por las aguas del sentido común, de calibrar que la riqueza no es tributaria de la especulación (más que a corto plazo) y que si bien la contabilidad puede llamarse creativa para ocultar o maquillar la realidad, ésta, como la fuerza de la gravedad, termina por imponerse.
Y así, cuando contemplaba estupefacto cómo nuestros responsables (irresponsables) políticos y financieros palmoteaban de júbilo ante el crecimiento continuado de nuestra economía fundamentada en la especulación urbanística (y la corrupción y el dinero negro), se me hacía que no podía ser posible que, tras la prostitución y la droga, el mejor negocio fuera el ladrillo.
Que la entrada masiva de mano de obra inmigrada y de escasa formación no era sino un obsceno medio de mantener un falso crecimiento mediante el dumping demográfico, mano de obra inconvertible una vez terminara la orgía urbanística.
Y cuando la juerga concluyó, y con José Luis Rodríguez Zapatero en Babia, no admití que nuestra banca y cajas fueran inmunes a la crisis? por la elemental y básica razón de que habían sido precisamente (sobre todo las cajas) las responsables de la burbuja inmobiliaria, generadoras de un volumen hipotecario descomunal y supersobrevalorado.
Y que, en consecuencia, no me podía creer, y no me creía, que sus balances reflejaran la realidad, por mucho que su contabilidad mantuviera una retórica apariencia de acero sueco.
Pues en eso estamos. Ahora resulta que ni "jugamos en la Champions League", ni los ejercicios de estrés eran fiables, ni la banca era tan sólida? y que para septiembre, o pasan los exámenes (capitalizan) o el Estado (usted y yo) pagaremos los platos rotos.
Platos rotos de los que, en las cajas, tienen plena responsabilidad políticos y sindicatos que ahora manifiestan su sorpresa. Porque unos y otros tenían en sus consejos de administración representantes que aprobaban gestión y cobraban dietas. Desparpajo (o cara dura) no les falta.
Javier Nart. Abogado.
